Dejen que les hable de mi hermana. Mi hermana mayor era una persona única, muy familiar, muy pendiente de que todos estuvieran bien. De pequeño, me cuidaba, luego se casó y heredé su dormitorio, que era más grande que el mío. Con mi madre tenía una relación especial y, los días previos a su fallecimiento, la cuidó como nadie. Fue una esposa generosa y entregada, y una madre capaz de educar a su hijo en los valores de la bondad y el entusiasmo por la vida. Amaba a su ciudad, aunque pasó muchos años en Navalmoral de la Mata, pero a la mínima oportunidad, necesitaba del aire de Badajoz, de los paseos por el Guadiana, de San Francisco, del Faro o El corte inglés, de la calle Menacho, de tomarse algo en cualquier terraza del Casco Antiguo, Valdepasillas o la Urbanización Guadiana. Disfrutaba con los bollos de leche de La Cubana, con las mágicas mañanas de Reyes y con los bocadillos de calamares del Kiosko de San Francisco.

Cuando murió mi madre, ella se convirtió en el eje de la familia. Dicho de otra manera, nuestra ella hacía grande, útil y feliz a nuestra pequeña familia. Era el sacrifico el trabajo y el sentido del humor de mi madre reencarnando. Estudió Magisterio cuando se estudiaba en la Aneja, pero decidió dedicarse a su casa y a su familia. Pero, pintaba y hacía manualidades como una artista de primera fila y me hacía los filetes rusos de mi madre como si tuviera su don.

Un día de noviembre, el maldito cáncer llamó a su puerta y el miedo se impuso a la esperanza. En todos menos en ella. Durante más de un año y a pesar de su lucha y su dolor, siguió cuidando de todos, incluido mi padre, hasta que él nos dejó en enero pasado. Estos últimos meses, la enfermedad pudo con ella a pesar de su fe y optimismo. El otro día me pidió pizza y disfrutó comiéndola. Dos días más tarde, fueron sus últimas palabras, me dijo al oído, porque también sus cuerdas vocales flaqueaban: JuanMa, este es el final. Mi hermana se nos fue en la madrugada del 30 de junio. Después de perder a una madre y a un padre no sé si es raro o no, pero me duele tanto o más que me dolieron ellos. Y es que tenía aún tantos sueños por cumplir, que cuando la pienso en su sufrimiento y en guerra contra el cáncer, solo puedo maldecir al destino que la eligió. Año y medio después, María Ángeles ya está con su madre en un cielo que merece y que injustamente nos la arrebató.