Ya he escrito en alguna ocasión sobre este asunto, sin dar detalles y por otros motivos. En esto soy poco original. Otros colegas lo han reflejado en varios e importantes trabajos. Pero merece la pena una revisión. ¿Saben los lectores que la conservación de la Alhambra de Granada, el aspecto actual del monumento, se debe en muy gran medida a la labor ejemplar de un gran arquitecto: don Leopoldo Torres Balbás? El fue quien puso orden en las hasta entonces caóticas intervenciones de su predecesor, el también arquitecto Modesto Cendoya. Qué cariz no tomaría el asunto que el propio director general de Bellas Artes del momento (1923) se presentó en Granada y, después de una cuidadosa inspección, en la propia estación donde tomaba el tren de regreso, le entrego su carta de destitución. Su sucesor fue don Leopoldo, quien, a pesar de su corta experiencia como restaurador, era el máximo representante español de los arquitectos "conservacionistas", partidarios de la mínima intervención en los monumentos históricos. Por el contrario, Cendoya era uno de los más destacados "intervencionistas", seguidores de la idea de volverlos a un hipotético estado original que, en general, nunca tuvieron. El nuevo arquitecto del palacio nazarí --en Badajoz no hubo nazaríes-- hubo de sufrir la inquina de su destituido antecesor y de su círculo de palmeros. Gracias a que Torres Balbás, quien era también catedrático en la Escuela de Arquitectura de Madrid, estaba de viaje de estudios con sus alumnos, no acabó, por este y otros motivos, en una cuneta, como otros tantos granadinos, incluido el poeta Federico García Lorca. Y, paradojas de la vida, esa terrible circunstancia, que lo separó incluso de su familia --unos en el Madrid republicano y él en Soria, zona ocupada por los sublevados-- tuvo como uno de sus resultados más tangibles la publicación de, si no la primera obra científica sobre nuestra alcazaba sí una de las primeras que adquirió notoriedad en el mundo exterior. Y, además, la fase inicial, podría considerarse así, de las actuaciones rehabilitadoras sobre la venerable fortaleza árabe. Bueno, venerable para algunos; negocio, ahora, para otros. Seguiré narrando esta curiosa historia, porque resulta muy poco conocida entre los curiosos y, seguramente también, entre los visitantes del monumento. Que van a ser multitudes ahora que puede recorrerse todo el adarve. ¡Vaya tela!