No sé muy bien --aún tenemos dudas sobre algunos movimientos de Torres Balbás-- por qué motivo se le pidió que acudiese a Badajoz. Quizás el principal era que se le quería echar una mano, porque su situación en Soria, en aquellos momentos y con sus antecedentes, no podía ser muy boyante. La verdad es que nunca militó en ningún partido o sindicato y nunca se ha demostrado que fuera masón. En agosto de 1937 las comisiones de monumentos de la zona rebelde se pusieron a trabajar en un catálogo de los destrozos producidos por los «rojos» en el patrimonio monumental. El impulsor de la iniciativa había sido Antonio Gallego Burín, presidente de la Comisión de Granada, alcalde de la ciudad e íntimo amigo del arquitecto. La correspondencia entre ambos es de un enorme interés para comprender circunstancias de la vida de nuestro profesor de arquitectura. El vicepresidente de la Comisión de Badajoz, A. Covarsí, estaba presionando, desde su devoción por el nuevo régimen, para que se iniciase la restauración en la alcazaba. Para conseguirlo había redactado un minucioso informe que envió al Servicio Nacional de Bellas Artes. Se ha afirmado alguna vez que el alcalde que recibió aquí a don Leopoldo fue Fernando Calzadilla, pero, aunque lo hizo algún año después, quien por entonces hacía funciones de tal era un capitán de infantería apellidado García de Castro, que continuó en el puesto hasta que, en 1941, se nombró al antedicho. Don Leopoldo permaneció en Badajoz apenas tres días. Debió darse una buena paliza, tomando medidas y recopilando datos. Tenía el tiempo justo, porque el viaje lo hizo aprovechando las vacaciones escolares. Gran parte de la información histórica recogida le fue suministrada por quienes lo recibieron. El citado Covarsí y el aludido antes, Jesús Cánovas Pessini. Este último también era afecto al nuevo régimen y ocupaba el cargo de Comisario Provisional de Excavaciones Arqueológicas, que se convirtió, con los años, en definitivo, hasta su extinción en 1969.