En realidad, cuando las autoridades de Badajoz, muy preocupadas por aprovechar la Alcazaba, bien dirigidas por el alcalde Jaime Montero de Espinosa -sí, ya sé que fue el último franquista, pero, en lo que se refiere al monumento y a su estudio, cumplió-- y por Manuel Terrón y Francisco Pedraja, en el apoyo científico, me llamaron para excavar fue porque nadie -digo nadie-- de los pocos arqueólogos extremeños del momento quiso meterse en el jardín de hacerlo en un yacimiento que, de un modo simplista, se prometía islámico. Los prehistoriadores eran contados y estaban a otra cosa. Y los de romano, ya se sabe. Sin precedentes estatuarios o musivarios esto no tenía interés. Nada hacía prever hallazgos apetecibles a sus intereses científicos. Por aquella época el mundo se veía de otro modo y todavía no se había notado la influencia, benéfica, de la Universidad de Extremadura. Estaba en sus comienzos. Total, la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas -se llamaba así desde el fin de la Guerra-- donde yo trabajaba entonces, recién licenciado, me envió a mí. Fue una jugada hábil: un pipiolo, que además tenía la insensata idea de dedicarse a la arqueología árabe cincuenta años después de jubilarse don Manuel Gómez-Moreno, primer catedrático europeo en la materia, sin sucesor docente.

La cosa no salió mal, creo. Las autoridades locales cumplieron mucho más, y mejor, que el Ministerio. Primero, el Ayuntamiento, que pasó de franquista a democrático -casi eran las mismas personas--, no perdió el interés. Luego, la Diputación, que comenzó sufragando la estancia del equipo en la hoy Residencia Hernán Cortés y acabó financiando una parte substancial de los trabajos, con, en parte, apoyos indirectos. Eran otros tiempos. Los arqueólogos y todos los estudiantes colaboradores -son ya padres respetables- lo hacían por amor al arte -árabe, en este caso-. No había empresas de Arqueología y nadie tenía, como ahora, subarrendada la gestión del patrimonio de Badajoz. Y el alcalde Movilla y el presidente de la Diputación -Luciano Pérez de Acevedo- se interesaban de verdad. Todos los años subían los dos, el último día de campaña, a ver los resultados. No hacían, como ahora, la visita del médico.