Ya lo he dicho. Después de pasar tres breves días en Badajoz don Leopoldo volvió a Soria, por Cáceres, Talavera y Toledo. El regreso fue peor que la venida, en un camión destartalado, entre paquetes de periódicos. Vuelto a su residencia castellana puso manos a la obra y redactó una memoria, concluida el 28 de febrero de 1938. Los datos históricos se los proporcionaron Covarsí, Viniegra y, sobre todo, J. Cánovas, con quien al parecer congenió. Debo confesar que en mis conversaciones con don Jesús me habló de Félix Hernández, pero nunca de L. Torres. El problema fue mío. Nunca le pregunté. Por entonces desconocía lo que ahora cuento. Las cosas son así.

Torres Balbás sugirió que se siguiesen expropiando las humildes viviendas edificadas en la alcazaba. Esta labor se había iniciado ya, pero ignoro si durante la Guerra Civil o en los últimos años de la II República.

También propuso que se dejasen como únicos edificios dentro del recinto el Hospital Militar y la ruina del palacio del Conde de la Roca, para, una vez restaurados, poderles dar algún uso oficial.

Que se comprasen las casas adosadas al exterior de la muralla, para derribarlas. Sólo excluía La Galera. Su intención era convertir la fortaleza en un parque arqueológico. El mejor biógrafo del arquitecto, J. Esteban, ha descrito cómo aconsejó que se adquiriese la casa conocida como de la Roma, con el fin de transformarla en escuela.

No dejó de preocuparse del recinto abaluartado y sugirió preservar todo lo restante, cubriendo las brechas con arcos, para poder circular por encima. Este primer informe fue el que, en su parte histórica, se publicó en la Revista de Estudios Extremeños. Lo firmó él, reconociendo la ayuda de los citados eruditos. No es, desde luego, lo mejor de su extensa obra.

El ayuntamiento se sintió complacido con el trabajo y le encargó su ejecución. Él lo condicionó a la realización de excavaciones arqueológicas en el flanco oriental. A pesar de todo, a mediados de 1939, don Leopoldo dio la labor por imposible. ¿Por qué? Lo contaré más adelante. Porque hubo un segundo intento de acometerlo.