La cosa no fue fácil. Empezar a excavar en la Alcazaba de Badajoz era un rompecabezas, por varios motivos. El primero, político; los demás, técnicos. Algunos de los promotores del invento pretendían que la primera campaña de excavación tuviera resultados espectaculares. Quizás porque se jugaban su prestigio. Habían prometido, para defender la necesidad de excavar, más de lo necesario. El arqueólogo director no era responsable de ese entusiasmo y tampoco podía asegurar nada. Los indicios superficiales eran casi nulos. Ni los arquitectos L. Torres Balbás y F. Hernández Giménez habían visto más de lo que contaron. Y eso mismo era lo que conocía un servidor. Era algo, pero no mucho. Teníamos que basarnos en la intuición y eso es siempre, en arqueología, un factor caprichoso y poco preciso. Y había problemas iniciales: los estudios sobre la Alcazaba habían prescindido de su condición de yacimiento. Para el común era una muralla con mucha tierra dentro. Y todos con los que hablamos recordaban haber visto algo que resultaba ser, finalmente, completamente falso. Casi como ahora.

Total, hubimos de empezar por el principio: organizar un sistema planimétrico donde ubicar los sondeos y los restos que pudieran aparecer, del tipo que fuesen. En la actualidad todo es más fácil -ortofotos, sistemas SIG, georradares, etc.- . Por entonces, las fotos aéreas carecían de definición y solo disponíamos, gracias al ayuntamiento, de un parcelario, en papel, sin apenas referencias aprovechables. Y, todo ha de contarse, la Alcazaba era un sitio seguro, con limitaciones. No te asaltaban, ni asesinaban -bueno, una vez trajeron y abandonaron allí un cadáver-, pero había grupos de niños, sin escolarizar y bastante asilvestrados, con los que era preciso pactar. Tratarlos con cariño, contarles que allí no había tesoros, para evitar sus propias pesquisas en nuestra ausencia y, en la medida de lo posible, hacerlos perder el interés viendo cómo esos señores, que hablaban finolis -la mayoría- hacían algo tan aburrido como sacar tierra y cribarla, tomar medidas y sacar trozos de botijo sin interés ninguno -para ellos-. No sé si acabaron por entender algo, quizás de más mayores, pero molestar, molestaron poco.

(*)Arqueólogo