Cuando un arqueólogo comienza un proyecto tiene dos tareas iniciales fundamentales: la administrativa y la logística. La primera comprende todo lo relacionado con los trámites burocráticos iniciales. En los años setenta eran más sencillos. La gestión del Patrimonio Arqueológico ha ganado en eficacia con la Comunidades Autónomas, pero también -¡y mucho!-, en burocracia. Y los resultados no son superiores a los de antaño. Aceptando las diferencias de escala impuestas por el tiempo y por el desarrollo, no han mejorado. Somos capaces, con más formación, de hacer mejores análisis, pero si eso se queda guardado en un archivo y solo teóricamente -insisto, teóricamente- accesibles a los investigadores, no sirve de nada. Es energía cinética. El segundo problema, que mencionaba más arriba, es la logística. En el Badajoz de la séptima década del siglo XX no vayan a creer que había de todo o, por decirlo sin herir susceptibilidades, no todo era fácil de encontrar. Algo tan simple, ahora, como comprar bolsas de plástico transparente que cerrasen con cierto hermetismo, era empresa imposible. Y, créanme, me ayudaron en mis pesquisas comerciantes avezados, cuyos nombres omito, por discreción.

Encontrar trabajadores, no sé si decir por suerte o por desgracia, era cosa más fácil. Y para cavar no hace falta tener muchos conocimientos teóricos. Esa historia de los «peones especializados en Arqueología» que se usa en los proyectos actuales es una perfecta bobada; un sacacuartos. Y, salvo para ciertas tareas muy concretas, los alumnos, por voluntariosos que sean -que fueran-, sirven poco. Soy de la opinión, no infundada, que los estudiantes de arqueología deben ir a las excavaciones a aprender eso, no a sacar espuertas.

No está mal saber cómo se hace, sobre todo por solidaridad. Pero ellos a lo suyo: a aprender a reconocer y a interpretar. A extraer, eso sí, los objetos delicados. Aquí volvimos a tener suerte. Quien esto escribe hizo no pocos amigos entre los trabajadores y, del éxito de algunas campañas, ellos fueron responsables en grado sumo. Los voluntarios también, pero eso es otra historia, porque el comienzo de los trabajos produjo una oleada de aficionados con ganas de descubrir tesoros.

*Árqueólogo