Podría parecer mentira, pero la relación de don Leopoldo Torres Balbás con nuestra ciudad tuvo que ver mucho con las difíciles circunstancias vividas en sus últimos años de Granada. La opinión de un influyente círculo de enemigos, cuyas críticas parecían ser científicas y en realidad encerraban una no disimulada inquina personal. Un hipócrita posicionamiento respecto a asuntos de su estricta vida privada: su divorcio según las leyes de la II República y el hecho de que los tribunales le dieran a él y no a su mujer, de aristocrática familia, la custodia de su único hijo. Y, finalmente, su amistad, que no militancia, con don Fernando de los Ríos, con García Lorca y con un amplio círculo de progresistas granadinos. Tuvo suerte de que la Guerra lo pillase de viaje de estudios, con sus alumnos, en Alhama de Aragón (Zaragoza). De haber estado en Granada hubiera seguido el mismo camino que el poeta, el rector de la universidad, el decano de Filosofía y Letras y el de tantos otros destacados representantes del progresismo local. El azar quiso que sobreviviera a aquella gran desgracia colectiva y por ese motivo llegó a Badajoz.

Pero, en realidad, a pesar del interés con el que se le acogió y de las amables maneras de las autoridades locales, algo planeaba, como un buitre siniestro, sobre él. Se le hicieron tres expedientes de depuración. Uno, por director de la Alhambra, que se archivó. Otro, por catedrático y, el tercero, por arquitecto. Los pasó con más pena que gloria. Lo extraño es que el primero volvió a reabrirse en Madrid, tiempo después, a causa de una denuncia. Todo eso subyacía a su intención de ocuparse de nuestra alcazaba. En apariencia le salvó la campana, porque tenía amigos en el nuevo régimen. También enemigos. Pesaron más, en apariencia, aquéllos. Todos quienes lo conocían alababan su valía profesional y el hecho de ser una buena persona. Pues aun así. Se le tuvo de convidado de piedra. No pudo volver a ejercer la arquitectura -eso era una auténtica muerte civil-. No pudo volver a Granada. Tampoco a Badajoz; era inútil. Remato en la próxima.