Un país serio, riguroso y solvente. Así ha definido a España un miembro del partido socialista. No pongo en duda que sea cierto, pero da igual lo que él y yo creamos, ni lo que crean el resto de los ciudadanos. Da lo mismo. Estamos en manos de los tristemente famosos mercados, esos inversores de riesgo que especulan y sacan tajada de meternos el miedo en el cuerpo. Son los hombres del saco de mi infancia. Aquellos seres imaginarios con los que nos asustaban para que fuéramos buenos. Estos son reales aunque no conocemos sus rostros, ni están ahí para obligarnos a tener un buen comportamiento. No les interesa nuestra conducta, solo quieren asustarnos para hacerse más ricos con cada sobresalto. Viven en la nebulosa del mundo de la bolsa, en el olimpo del dinero, comprando y vendiendo, desestabilizando, y haciendo que a los ciudadanos se nos recorten cada vez más los logros conseguidos a lo largo de decenios de conquistas sociales. Ellos engordan y nosotros enflaquecemos, y mientras hacemos más agujeros al cinturón, se nos pide que consumamos, que reactivemos la economía. Nosotros, pobres mortales atrapados en el saco en el que nos han metido. Todos nos miran. Hasta los responsables de Caja Extremadura han dicho que debemos incrementar las tasas de consumo para impulsar las ventas de las empresas. El comercio se prepara para las navidades y los que tenemos la fortuna de vivir de un sueldo, echamos cuentas y pensamos en cómo afrontar los gastos. Los otros, los que no tienen ni trabajo ni sueldo porque la acción de los especuladores se los ha arrebatado, no se qué harán. Arañamos la tosca tela del costal en el que nos han metido y no encontramos nada. Tampoco encontramos la salida, ni tan siquiera vemos. Estamos desorientados mientras desde el olimpo del dinero los hombres sin rostro nos zarandean. Somos como niños asustados.