Uno de los discos más aclamados por la crítica internacional en 2017 fue Pure Comedy, el último álbum de Father John Misty, antes conocido como Josh Tillman. Quienes han seguido su carrera ven en su trabajo una crítica feroz a Dios y la religión y un canto general a la desesperanza, probablemente debido a los años que pasó entre músicas cristianas y sermones de iglesia. Sus baladas hablan de la vida como ese territorio, a veces inexpugnable, siempre hostil, que no deja de sorprendernos, de la existencia como una ráfaga de claroscuros que jamás podemos predecir y que acaban dejándonos heridas en el alma que cicatrizan pero no sanan. Cuando leo, cuando voy al cine o veo una serie de televisión, cuando escucho una conferencia o disfruto de una exposición o una canción, me pregunto lo mismo: ¿Qué tiene el alma humana para pudiéndose abandonar al frescor de vidas aprovechadas, muchos terminen, en su arrogancia, en su estupidez, apostando por el fulgor de lo reaccionario, lo artificial y lo vacío? La eterna batalla entre los anunciadores del infierno y los profetas de nuestro tiempo que, si bien no nos engañan con falsas verdades o cielos abiertos, al menos nos enseñan que vivir es un revuelo, que amar nos quiebra, que ser felices cuesta y que ser personas de bien y comprometidas no es adoptar una ideología, creerse en posesión de la verdad o alargar la miseria con más miseria.

La letra de Pure comedy habla de seres complejos, dolidos y retorcidos en su propia angustia; creo, incluso, que nos recuerda que la supervivencia es el primero de nuestros retos: la supervivencia como respuesta a un mundo donde la gente enferma y muere, se divorcia y lo intenta de nuevo, lucha y pierde. Un mundo cargado de realismo donde los cuentos infantiles son un mal negocio y los recuerdos de aquellos viejos tiempos nos envuelven en una nostalgia que los peores convierten en desastre y el resto, intentamos readaptarnos. Como canta Josh Tillman, «odio decirlo, pero el uno al otro es todo lo que tenemos» y si es eso cierto, que lo es, hay que ganarle, con el otro, el pulso a la desesperanza e impedir, también lo canta Tillman, que nuestros horizontes se vayan alejando cada vez más de nuestras manos. Sin horizonte o uno difuminado, no es la muerte lo que no es espera, sino la angustia de no estar vivos.