El Casco Antiguo se está poniendo de moda. Y, como es lógico, hay resistencia por parte de muchos vecinos. Lo que, sin duda, es riqueza y recuperación para el barrio supone también molestias para los vecinos. Las nuevas reglamentaciones municipales dejan insatisfechos a unos y a otros. No es fácil contentar a todos y, en especial, se parte de una actitud generalizada de falta de civismo. Los culpables no son siempre los clientes de los locales. Los dueños tampoco están exentos de culpa. Ciertas calles no son sólo un lugar para colocar terrazas, también se convierten en un almacén de sillas y mesas. Dentro de los locales no suele haber sitio para almacenar y, como clientes y mesas son incompatibles, los vecinos nos las vemos con el despliegue mobiliario desde mucho antes de llegar los clientes. No son todos, pero sí bastantes.

Me choca, en otro orden de cosas, la escasa variedad de la oferta gastronómica del centro histórico de Badajoz. No hablo de los productos. Sin ir más lejos, el jamón, el queso y las chacinas de la tasca más humilde tienen un nivel muy superior a los que se ofrecen en otras capitales famosas. Y un precio más bajo. Sin embargo, las cartas son aburridísimas. En todos los lugares lo mismo y, en cuanto nos metemos en la cocina, el nivel es desigual y más bien flojo. Nadie innova, nadie ofrece nada que no sea más de lo mismo. Excepciones hay, pero poquísimas. Para una vez está bien, para varias seguidas se acaba en el tedio. En cuestiones de restauración al Casco Antiguo le salvan las pruebas de alcoholemia. Sigue sin tener parangón con Portugal. Y no me refiero ni al marisco, ni al pescado. Con las copas no pasa lo mismo, aquí suelen ser buenas, bien servidas y baratas. Y la mayor parte de los locales están bien decorados y cuidados. ¿No será que faltan profesionales de la restauración; que abrir un figón es una forma fácil de actividad, si se tienen medios, y que, en realidad, teniendo unos productos magníficos, no sabemos sacarle partido por falta de formación y cortedad de horizontes?