De bellotakari a Ibarranet. Este es el salto que ha dado la imagen de Juan Carlos Rodríguez Ibarra en los últimos treinta años. El educado título aquél se lo dieron los torpes que, porque le oyeron gritar y decir cosas tremendas --era la única forma de que Extremadura fuese escuchada-- le tomaron por lerdo, tosco o iletrado. Aquellos ignorantes no sabían nada acerca de su formación y su cultura. Atribuyeron su aparente rudeza a nuestra ruralidad, error doble, primero, por equivocarse con él y, segundo, con nuestra naturaleza. En la ruralidad se forjaron las culturas clásicas que alumbraron la civitas. No hay concepto urbano sin raíz campestre, ni es posible civilidad sin agricultura.

Ibarra encabezó enseguida la lucha de Extremadura por su nueva revolución tecnológica, adelantándose a las demás regiones en conceptos como shoftware libre, informática en la escuela, sociedad de la información para todos, aulas de internet para mayores, redes extremeñas y tantas otras iniciativas de sus gobiernos que contribuyeron decisivamente al progreso de nuestra tierra. Su éxito fue tal, que su iniciativa con el Linex mereció nada menos que la portada del Washington Post , que tan sólo ha dedicado la primera plana a nuestro país en dos ocasiones, cuando la sublevación de Franco y con la iniciativa extremeña. El impacto fue de tal calibre, que el propio Bill Gates tuvo que venir a España a capear el temporal.

Ahora, la Asociación de Usuarios de Internet --es decir, la ciudadanía virtual, la nueva democracia en red-- ha decidido otorgarle el Premio Especial del Día Mundial de Internet. O sea, que le han nombrado Ibarranet. La falsa imagen de bellotakari hace mucho tiempo que se ha ido disolviendo en el aire de la nueva información, que es aquel que termina disipando los chismes, los malos humos, los excesos y las mentiras. Y, de la misma manera que él --sin dejar de ser nunca él mismo, quien era antes y quien sigue siendo ahora-- ha pasado de ser el bellotakari a ser Ibarranet, Extremadura ha dado el salto gigantesco de, sin renunciar a las raíces auténticas de su ruralidad irrenunciable, ponerse a la cabeza en sociedad y en tecnología de la información. El tiempo pone a cada uno en su sitio. Y el sitio de Ibarra, a la vista está, no estaba en la bellota, que también y a mucha honra, sino en la red, es decir, en el futuro.