Si para llegar a alcaldesa de Madrid, Ana Botella hubiese tenido que superar una prueba de ideoneidad parecida a la que ella les exige a los artistas callejeros de la capital para que puedan actuar en la vía pública, hoy los españoles, y sobre todo, los madrileños, estaríamos gozando felizmente de su ausencia. Es escandalosa la soberbia de estos gobernantes de derechas, empeñados en martirizar a los pobres, mientras ellos disfrutan de la elasticidad que conlleva lo poco que les exigimos los ciudadanos, lo cual permite que maneje España este atajo de zoquetes. Esta mujer, que se fue de fin de semana a Portugal el día que murieron cinco chicas aplastadas en una instalación municipal llamada Madrid Arena a causa de la desidia del Ayuntamiento; la misma que ha hecho el ridículo más espantoso ante el mundo, defendiendo esa irrisoria candidatura de Madrid para los Juegos Olímpicos; la misma que ha sido incapaz de gestionar adecuadamente una huelga de basura que ha dejado el prestigio de la ciudad por los suelos ante todo el planeta; la misma que no es capaz de decir tres ideas coherentes seguidas para argumentar nada que tenga que ver con su nefasta gestión, esta misma mujer se atreve a juzgar a los artistas callejeros para determinar quién puede actuar en la calle y quién no. Y no contenta con eso, y como de lo que se trata es de quitar de la vía pública a las legiones de parias que esta política aberrante está echando al desaguadero de las ciudades, que esa es la finalidad última del examen impuesto a los artistas de intemperie, la inefable Ana Botella impone ahora multas de 750 euros a los mendigos.

Pero no es la única que no pasaría una prueba de idoneidad para desempeñar el cargo. Lo mismo les ocurriría a otros políticos, de uno u otro signo, que detentan puestos relevantes sin saber hacer la o con un canuto. Y lo peor no es eso. Lo peor de todo es la arrogancia de esta gente que, sin dar la mínima talla en lo suyo, les exigen tanto a los demás, sobre todo a los que están abajo del todo. Una ocurrencia similar es la del Ayuntamiento de Sevilla, también del PP, que ahora obliga a los taxistas de la ciudad a que hablen inglés, cuando seguro que los ediles de esa Corporación lo hablan tan bien como Ana Botella. En el fondo, lo que denotan estas actitudes es la absoluta pérdida del sentido de la realidad de quienes hoy mandan, su arbitrariedad y su falta de compasión.