TCtomo saben, nos hallamos en pleno Periodo de Igualdad Obligatoria. Todos iguales, pero no ante la ley, sino como mande el Ministerio de Igualdad, ente difuso todavía con poca sede y menos competencias, pero, con señora ministra. Una señora ministra muy igual, que para acceder al sitial ha hecho méritos previos como directora de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, es decir, igual que cualquiera. Quiero decir igual que cualquiera afiliado al partido gobernante y con el gracejo y el enchufe suficientes para ello, que no con currículo de trabajo o formación en la cosa. Por otra parte, cierto es que para mandar en la igualdad no hace falta tampoco mucha preparación, excepto, obviamente, ser mujer, que somos ahora el principal objetivo igualatorio.

El caso es que, a pesar de todo, yo no veo tanta igualdad. Al contrario, encuentro desigualdades enormes, a veces gravísimas, en todos los sectores sociales y a todos los niveles. Los que mandan, mandan. Y los amigos de quienes mandan acceden a posiciones importantes y muy respetables. Los otros, o sea, nosotros --incluso nosotras--, al carajo. Se siente. Y nada de venir con méritos, que en esta sociedad de iguales no sirven. Unicamente, puede una alegar, oiga, pero si soy mujer, a veces cuela y le quita el puesto al tío con mejores condiciones pero con eso. Así resulta que, hecha la ley, hecha la diferencia. Sobre un señor asesino cae sin compasión la pena y la condena, mas sobre una señora igualmente asesina, cae la pena aunque menos --bastante menos-- condena. Y no crean que son únicamente las leyes de violencia doméstica y los altos tribunales quienes priman esta nuestra feminidad, qué va. Tengo a mano una orden que regula ayudas a titulares de ganado autóctono en Extremadura: le pagarán a usted mejor si su nombre es Antonia , titular de cuatro vacas retintas y cien ovejas merinas, que si tiene los mismos animales pero se llama Antonio . Si yo fuera vaca de Antonio, francamente, me sentiría discriminada.