Imanol Arias y Juan Echanove han vuelto a Extremadura con su delicioso programa Un país para comérselo , recalando, en esta ocasión, en la provincia de Badajoz y, más concretamente, en la Dehesa que circunda poblaciones como Torre de Miguel Sesmero, Salvaleón y Barcarrota. La difusión por la primera televisión de España de un paisaje único, de un auténtico paraíso como es la dehesa extremeña, con los cochinos en montanera, la vaca retinta, la oveja merina y la cabra, la alfarería salvaleonesa, Rocamador y tanta buena gente que hay por esas tierras nobles de la provincia, es un acontecimiento nada desdeñable que debe ser celebrado. Ni a media hora de Badajoz contamos con un entorno que hace olvidar cualquier tipo de leyenda negra que haya existido a lo largo de nuestra intensa historia.

Sin embargo, tres peros hay que ponerle al programa. El primero es que se anunciara una visita a Badajoz que no se produce. Estuvieron cerca, pero no en Badajoz. Llegaron a escribir Badajoz sobreimpresionado en unas imágenes de media docena de vacas retintas pastando. El programa llegó a ir a Mérida, enseñaron el Teatro Romano, entraron en un bar para tomar una exquisita tapa-pero olvidaron que Badajoz también existe. ¡Lo fácil que hubiera sido sacar una imagen aérea de la Alcazaba o Puerta de Palmas y haberse acercado a Galaxia o al bar del Guti, me da igual cual, para tomar una buena tapa de jamón!

Y aquí viene el segundo pero. Cuando el programa estuvo por la zona de Jabugo no pararon de hablar del jamón sin embargo, ahora, mucho hablar del cochino y la montanera, de la retinta y el queso de oveja, pero el jamón, ni probarlo, y, menos aún, reseñar que el mismo que hay un poco más abajo, es el que hay más arriba. Cocido, caldereta, queso, churros, risotto, perrunillas, brevas, tocino, lo probaron casi todo, pero el jamón, nuestro principal tesoro gastronómico, fue condenado al ostracismo.

Y el tercer pero, sin ánimo de ofender. La reedición de Los santos inocentes pero en plan guay y bajo la égida de ZP , con sus tópicos y fruslerías. Dedicar todo el programa a la familia de Carlos Tristancho y Lucía Dominguín fue un exceso, por el despliegue de sus dominios y la omnipresencia de familiares, amigos, el porquero, el vaquero, la churrera, el alfarero y el carbonero, que duerme, aún, en su remolque.