España empieza a ser un país de muchos indignados con la entelequia y pocos con la realidad. Indignados de salón y barra libre, de fuego de campamento y todos los días al sol. El estío, la estridencia, los espumarajos y la confusión han generado una mixtura ideológica y social donde el perroflauta convive con el parado en un exacerbado culto a la revolución cuyo liderazgo han dejado en manos de los nostálgicos del marxismo y los radicales del antisistema. No hay argumento que justifique intentos de invasión de instituciones donde radica la soberanía popular, persecuciones de cargos elegidos por el pueblo, insultos y deposiciones de todo género.

La indignación por el desempleo, la corrupción o las desigualdades, que todo el mundo comparte, no es tanto la banca, los empresarios, los mercados financieros o la burbuja inmobiliaria, conceptos todos ellos que ningún acampado adoctrinado entiende y que forman parte de un ideario caducado que no oculta más que las deficiencias de un gobierno empeñado en abocarnos al abismo.

No se explica que haya indignación para unas cosas y no para otras. Nadie entiende que hubiera indignados ante el Ayuntamiento de Badajoz y no los hubiera ante el de San Sebastián o Elorrio. La repugnancia de los gritos de la extrema izquierda ante los nombres de los asesinados por el terrorismo produce una indignación que no se ha visto en los indignados. Dicen que ahora la indignación irá por barrios pero no imaginábamos que fuera esto. No es posible que aspiren a lo mismo el titulado universitario con deseos de trabajar y el inadaptado social que jamás dará un palo al agua. No es lógico que el niño bien, hijo de adinerado padre y residente en Las Vaguadas, con una infancia feliz y todas las oportunidades, comulgue con el hijo de obrero que ha estudiado con beca y las oportunidades saldrán de su esfuerzo y del de sus esperanzados padres. No hay coherencia en quienes viven del sistema (el que le financia la familia) mientras al mismo tiempo lo combaten.

Y es surrealista, como ocurre en Badajoz, que los indignados de por la mañana sean diferentes a los de la tarde y se enfrenten entre ellos por el nivel de indignación. A este paso, los que tendremos que marcar la resistencia seremos los que, como siempre, pagamos los destrozos.