El drama fundamental del ser humano consiste en que ha recibido un órgano especializado en buscar explicaciones y un mundo inexplicable. Para intentar llenar el vacío existente entre el cerebro y el misterio, el hombre ha inventado la religión, la filosofía, la ciencia y la democracia. El abismo entre el que quiere comprender y lo incomprensible es tan insalvable que el cerebro ha tenido que crear una idea colosal, la más atrevida pero también la más cómoda entre todas las ideas concebibles, una idea tan mágica como indemostrable: Dios. Esa idea pervive desde la noche de los tiempos como terapia del enigma para muchos. Y así, frente a la falta de explicación y a la ausencia de respuesta al misterio, los teófilos, los llamados a sí mismos creyentes, han tomado el atajo de la fe y han obviado la razón, que es un difícil camino de montaña.

Otros, ayunos de tan fácil medicina y convencidos de la inutilidad de intentar explicar el misterio, es decir, de hallar respuesta a las clásicas preguntas del "quién", el "por qué" y el "para qué", nos conformamos con interpretar lo asequible buscando respuestas a lo que la tiene, que es lo racional y útil. Por poner un ejemplo, el inventor de la rueda, el descubridor de la penicilina o el creador de internet han hecho más por la humanidad que todos los obispos que han existido, juntos. La explicación y la aplicación práctica de esto se llama saber, cultura y democracia. Lo otro, teocracia y fe.

Me hacía yo estas trascendentes consideraciones al observar que ya ni siquiera es explicable lo que se puede explicar fácilmente. Llego a esta conclusión viendo la actitud patética de dos personajes cuya coincidencia en el tiempo, aunque por causas distintas, es todo un símbolo de nuestros días y nuestro país. José Bretón, el asesino de sus hijos, no solo no explica lo que hizo sino que niega que lo hiciera. La misma actitud ha adoptado Mariano Rajoy, el destructor del Estado del Bienestar y jefe máximo del partido de Bárcenas, que tampoco explica lo que hizo y además niega que lo haya hecho a pesar de todas las certidumbres. Cada uno en lo suyo es un ejemplo tal de cinismo que da igual que uno comparezca en el Juzgado y el otro en el Congreso, porque todo lo que digan es y será para negar la evidencia. Aceptar la culpa y pedir perdón no va con ellos. Por eso lo suyo es inexplicable. Lo terrible para ambos es que todos conocemos la explicación.