Wellington había ido acumulando medios en Portugal, esperando la oportunidad de poder traspasar la frontera, pero los franceses, a pesar de sus muchos problemas, eran fuertes. Y además, se las veían con los más prestigiosos y experimentados mariscales del Imperio. Frente a ellos, en esta situación, el inglés no era más que un novato.

Cuando, después de tomada la ciudad de Badajoz, el mariscal Soult hubo de acudir rápidamente a Sevilla, los ingleses creyeron llegada su oportunidad. De este modo sitiaron la plaza y Soult regresó en su ayuda.

La batalla de La Albuera interrumpió, momentáneamente, el cerco. El caudillo francés regresó a Sevilla y algunos meses después, Wellington, esta vez en persona, se dirigió contra Badajoz.

En las primeras acometidas contra las murallas badajocenses, los generales ingleses se empeñaron en tomar primero el reducto que hoy se conoce como fuerte de San Cristóbal, y fracasaron.

Bombardearon el flanco norte del recinto amurallado desde allí. No querían arriesgarse a que les costase la retirada si cruzaban el Guadiana sin haber conquistado primero el fuerte.

Ese temor es sintomático de su debilidad. La caballería y la artillería francesas eran temibles y lo demostraron cada vez que tuvieron oportunidad. Más por su calidad que por su cantidad.

Algunas de las unidades desplegadas en nuestra región fueron requeridas entonces por el Emperador para la campaña de Rusia y, de este modo, cambiaron un infierno caliente por otro frío y allí, en las estepas, se quedaron buena parte de sus efectivos.