THtace tanto. Hablaba de los asedios sufridos por Badajoz durante nuestra Guerra de la Independencia y de la pertinencia de elevar un monumento a los caídos durante el asedio inglés de abril de 1812. Desde el 10 de marzo de 1811 Badajoz estaba en manos francesas. El asedio había sido duro y se había saldado con la caída de Olivenza, la derrota española del Gévora, la muerte del general Menacho y un sinnúmero de sufrimientos para la población, que el comandante de la plaza no pudo evitar y que continuaron como consecuencia inevitable de su firme y valiente actitud de defender la plaza a cualquier precio.

Badajoz capituló finalmente y los franceses, el famoso mariscal Soult, se comportaron como mandaban las leyes de la guerra. Trataron honorablemente a las tropas vencidas, e incluso a la población civil. Esta mejoró sus condiciones de vida y una parte, ciertos comerciantes, se benefició de la presencia francesa e, incluso, de las adquisiciones del nuevo gobernador militar para poner la plaza en estado de revista.

Todos sabían que el ejército anglo-peninsular mandado por Wellington estaba al otro lado de la frontera y que muy pronto pasaría a la ofensiva. Sólo esperaba la ocasión propicia, pero eso pasaba por su propio refuerzo y por la pérdida de capacidad ofensiva, cada vez más evidente, del ejército francés. Y no por falta de potencia. En ese momento el ejército de Napoleón en nuestro suelo era, sin discusión, el más fuerte de Europa, pero con un problema: la descoordinación. La combinación de los fallos de cálculo del Emperador, de la incapacidad militar de José I y de la prepotencia de los mariscales con mando.