Arqueólogo

De los asedios sufridos por la ciudad de Badajoz durante la llamada Guerra de la Independencia el más famoso, y también el más divulgado, es, con mucho, el inglés, que concluyó entre los días 6 y 7 de abril de 1812.

Aquello fue una carnicería atroz. Y, para rematar la faena, las tropas liberadoras de Wellington sometieron a la ciudad a un salvaje saqueo e hicieron a los badajocenses objeto de toda clase de violencias. ¡Y eso que eran aliados!

Ni su propio comandante pudo oponerse y se cuenta que la soldadesca lo amenazó de muerte si lo hacía.

Cuando, unos meses antes, la ciudad de Badajoz cayó en manos de las tropas francesas capitaneadas por el mariscal Soult, no hubo ni saqueo ni violencia alguna. Y, además la guarnición española salió de la plaza armas al hombro y con todos los honores. Sólo entregaron el armamento al salir por la puerta denominada de la Trinidad.

Soy enemigo de toda guerra y tengo una opinión muy particular sobre varias de las nuestras; la de la Independencia es una de las que está entre ellas. Creo que fue una calamidad como pocas, origen de la mayoría de nuestros males del siglo XIX y del XX.

Y, además, pienso, dejando aparte la dignidad mostrada por el pueblo español en su lucha contra los franceses, que esa guerra la provocó la ambición de varios personajes: los más destacados culpables fueron Napoleón y Godoy. Se saldó con una victoria de nuestra sociedad y también de la francesa.

Pero creo, modesta y sinceramente, que los españoles, apagado hace mucho el fragor de aquellas batallas, no le debemos ningún monumento a las tropas inglesas.

Y lo creo, sinceramente, por dos motivos básicos: por inepcia y por respeto a nuestros conciudadanos y compatriotas de entonces. Si los ingleses quieren hacerlo, eso es harina de otro costal. Me explicaré.