TBtadajoz no es una ciudad insegura. No lo es ni más ni menos que cualquier otra ciudad de similar condición. No lo es más que un plató de telebasura o una empresa aplicando eres y despidos. De un tiempo a esta parte, los programas de televisión tipo Callejeros nos trasladan realidades urbanas y ciudadanas de la geografía española que, aun siendo verdad, nos trasladan cierta sensación de alarma. Una sensación, una verdad y una realidad que es injusta porque una parte no representa el todo, porque la mayoría está integrada plenamente y respeta las normas de convivencia y porque, en demasiadas ocasiones ya, hay muchos medios de comunicación que no están dispuestos a arruinar un buen titular por ajustarse a la realidad en su conjunto.

Badajoz es una ciudad segura pero ha crecido y lo ha hecho en un contexto sociológico global donde la violencia televisiva, la desidia institucional, la marginalidad, la desmotivación, el pésimo sistema educativo, la desestructuración familiar y, ahora, la ruina económica, se han juntado con circunstancias locales. Por ejemplo: la construcción y posterior destrucción de Cuestas de Orinaza, la pésima política regional de realojos que arruinó, desde su nacimiento, a Los Colorines e hirió de muerte a Suerte de Saavedra, la excesiva permisividad policial, derivada de un equivocado concepto de la tolerancia esgrimido por administraciones acomplejadas, y la falta de valentía colectiva para abordar un problema real que nos afecta a todos.

Pero, más allá de la torpe política, del hipócrita mirar para otro lado y del no querer asumir competencias propias, mala gente hay en todas partes. Canallas, bandidos, delincuentes y sinvergüenzas puede uno encontrarlos en cualquier barrio de Badajoz. Gentuza de mal vivir, inadaptados sociales y repugnantes individuos que hacen de la venta de drogas, del tráfico de armas, del robo y de la agresión su estilo de vida, puede uno hallarlos en el lugar más inesperado. A esos hay que acorralarlos, perseguirlos y aplicarles una legislación dura y poco complaciente porque es a la mayoría, a los que quieren vivir en paz junto con sus familias, a los que hay que proteger.

Esta es la auténtica democracia real: que pueda sentirme seguro dentro y fuera de mi casa y que los que perturban la convivencia sean castigados con todo el peso de la ley y no con buenas intenciones y discursos almibarados.