Me inquieta, cada vez más, la actitud de quienes agitan a la opinión pública, le transmiten mensajes equívocos y van creando una atmósfera de violencia intelectual que, para nuestra desgracia y cada vez más, puede acabar en violencia física. Estos casos los estamos viendo todos los días y resultan preocupantes en cualquier sociedad, por muy civilizada que sea.

Tendemos a creer que ciertos modos de intransigencia son propios de sociedades subdesarrolladas, orientales, islámicas, etc. Nos pensamos que el fenómeno de los talibán --es incorrecto talibanes-- pueda repetirse aquí. Tenemos muy poca memoria. La culta y desarrollada Alemania incubó la enfermedad del nazismo y ya conocemos los resultados. Malo es creerse en posesión de la verdad absoluta, de considerar imbéciles, o cosas peores, a los que discrepan. Tampoco en España hemos sido ajenos, antes y ahora, a esos grupos siniestros. A quienes pretenden imponer sus ideas a la fuerza y dan por descontada la inutilidad de la negociación, porque, claro está, negociar siempre obliga a dar algo a cambio. Y los integrismos nunca ceden.

No hablo sólo de grandes cosas. Me refiero también a las pequeñas. Aparecen problemas impensados cuando alguien, pongamos una institución, pretende realizar un proyecto. A los políticos se los descalifica, como si no los hubiéramos elegido todos --primer síntoma de enfermedad-- y se encuentran siempre bajo sospecha, aunque se ajusten a los pasos legales. La doctrina pretenden imponerla los integristas. Ellos tienen la razón, son los únicos conocedores de la verdad. El mundo ha de ser como ellos lo conciben. Definen lo bueno y lo malo. Todo lo ajeno merece desprecio. Sus textos y actos, pagados en ocasiones con dinero público, lo manifiestan. Y, lo peor, es que nadie los ha elegido.

No sé si a ustedes les suena algo de lo que escribo. No creo que en Badajoz estalle la violencia física, todavía no estamos en ese nivel, pero la presión intelectual ya se da. Me resultan insultantes algunas afirmaciones, repetidas mil veces --doctrina Göbbels-- y que se ponga bajo sospecha a técnicos cualificados y lo hagan gentes sin capacidad técnica conocida. Pongamos que hablo de Patrimonio Histórico. Pongamos que hablo del Museo de Bellas Artes.