Del sentimiento básico de los hijos hacia los padres, que es -o debería ser- el amor, deriva otro no menos importante: el interés filial. Este interés es el que hace que los hijos nos preocupemos por nuestros padres, busquemos su bienestar, respetemos su albedrío y acatemos que sus recursos se destinen a su felicidad y no a fines filiales, es decir, a los fines de la herencia. Sin embargo, el interés filial en la actualidad más parece, en muchos casos, un interés financiero o bancario que uno nacido del amor. Hoy, cuando el precio del dinero está por los suelos y la guadaña de la crisis se ha hecho más cortante que la de la muerte, parece que está imponiéndose el interés filial mirado desde la perspectiva financiera. Los casos son numerosos, aunque solo salten a la esfera pública los que afectan a los famosos, como pasó con el hijo de Camilio José Cela y como está pasando ahora con los de Alfredo Di Stéfano.

Cuando un anciano se quiere casar con una mujer mucho más joven que él, suelen producirse dos tipos de reacciones entre los hijos de aquél. Si es pobre, los hijos se sentirán aliviados, porque otra persona se hará cargo del viejo. Pero, si es rico, se opondrán con toda su fuerza, alegando que la mujer lo hace por dinero. A esta segunda opción, que parece ocultar otro tipo de interés filial -y nunca mejor dicho- se han apuntado los hijos del astro futbolístico, que lleva tres años de relación con su secretaria cincuenta años más joven que él. Los hijos de don Alfredo han pedido la inhabilitación de su padre, como si éste se hubiese vuelto loco. En realidad, los hijos deberían pedir la inhabilitación si el padre pretendiera casarse con una mujer cincuenta años mayor que él. Pero que quiera hacerlo con una de 36, él, que tiene 86, es la señal más rotunda no solo de que está en sus cabales, sino de que todavía le quedan ganas, deseos de vivir e ilusión. Ciertamente son casos para meditar, mucho más frecuentes de lo que pensamos y nos pueden tocarle a cualquiera. Los más liberales no sabemos cómo actuaríamos si los protagonistas de la historia fueran nuestros padres o nuestras madres. Pero, una cosa es segura. Entre la complicidad con lo inaceptable y la inhabilitación de un progenitor, cabe un camino intermedio de respeto y defensa de la felicidad del mayor. Aunque haya que renunciar a parte de lo que indebidamente -por prematuro- consideramos nuestro.