TAtpenas hace tres semanas, se ha celebrado en nuestra región el I Foro de Innovación y Crecimiento Extremadura-Israel. El fondo de la cuestión es el interés que ha mostrado el Gobierno regional en el modelo de desarrollo israelí que, en permanente estado de guerra y ubicado bajo un clima imposible, ha logrado alcanzar cotas de prosperidad casi inexplicables para el resto del mundo y desconocidas en los países de su entorno. No hace falta contar la historia del Estado de Israel (que muchos dicen conocer bajo exégesis torticeras), la importancia de la religión en la zona (un agujero negro para pseudointelectuales de salón que no salen de un par de panfletos) o el afán de superación de un pueblo (negado taxativamente por quienes también, si pudieran, lo anularían) capaz de ganarle la batalla al desierto.

Tampoco es necesario entrar en interpretaciones abrasivas de la convocatoria porque, obviamente, vender la marca Extremadura pasa por eventos de este tipo y otros similares que aunque sean entendidos como campañas de marketing, no son ilícitos en sí mismos y suponen un valor añadido nada desdeñable. Los principales medios de comunicación españoles han destacado la iniciativa extremeña de fijarse en el modelo israelí. Diferentes líderes sociales, económicos, políticos y de opinión que han participado en el Foro han resaltado las enormes posibilidades de ambos territorios creando sinergias y aprendiendo juntos -más los extremeños de los israelíes- sobre innovación, emprendimiento, empleo y desarrollo económico.

Después de todo, la única democracia de Oriente Medio, capaz de sobrevivir, crecer y proyectarse al mundo en medio de un polvorín cuenta con la experiencia suficiente como para compartirla con regiones que, en tiempos como los actuales, necesitan imaginación y conocimientos para explorar otros caminos que nos saquen del agujero que nos consume.

El pragmatismo debe imponerse a la ideología y a la religión pero si alguno siente la tentación de ondear ambas banderas, habrá que reflexionar sobre una realidad: doce millones de judíos han aportado al mundo 169 premios Nobel. Que Extremadura quiera aprender de Israel es una apetecible osadía que contrasta, una vez más, con los iluminados de pacotilla que cuando alguien señala la luna, siempre se quedan mirando el dedo.