Recuerdo otros años haber dedicado mi primera columna de septiembre a escribir sobre el llamado síndrome post-vacacional. Ya saben, los problemas de salud que decían los psicólogos que se sufrían por volver tras las vacaciones de verano a tu puesto de trabajo.

Como me dijo ayer una amiga: "este año no tenemos derecho ni a quejarnos". Sino que más bien ocurre todo lo contrario. Poder tener un puesto de trabajo a la vuelta de vacaciones es motivo casi para hacer una fiesta. Y no estoy exagerando.

El trabajo no sólo reporta ingresos económicos, sino que además dignifica a las personas. ¿Quién no conoce ya a estas alturas a alguien que esté sufriendo las consecuencias del desempleo?

Personas que a la falta de recursos económicos tienen que sumar la vergüenza social de tener que pedir e, incluso, rogar la caridad de las administraciones públicas o las ONGs.

Creo sinceramente que una de las decisiones más acertadas del actual gobierno extremeño para aliviar la critica situación que viven algunas familias, ha sido abrir este verano los comedores escolares para evitar una posible desnutrición de los niños.

Y aunque desgraciadamente no han estado todos los que son, se ha resuelto un problema presente, de graves consecuencias en el futuro. Igualmente la Renta Básica ayudará a que, al menos, haya un mínimo de ingresos en hogares donde todos sus miembros están en paro.

Pero todas estas medidas no dejan de ser parches de emergencia social. La verdadera ayuda es la de posibilitar un puesto de trabajo. Y no se duda de las buenas intenciones de políticos y agentes sociales y económicos.

Sin embargo, se extiende cada vez más la sensación de que no se está haciendo todo lo posible o, al menos, todo lo que está en sus manos.

Así que dejémonos de síndromes inútiles. Si acaso cambiémosle el nombre y que el brío post vacacional sirva para que todos nos pongamos de nuevo manos a la obra para que más pronto que tarde comencemos a ver el final de esta jodía crisis.