Yo también he visto la que dicen que es la película del año. Desde una perspectiva técnica ycinematográfica, nos encontramos ante una filme redondo, bello en lo dramático, envolvente en una violencia psicológica que apabulla, con una banda sonora que, sinuosa, nos conduce a través de la devastación del protagonista y la sociedad que lo destierra. Un protagonista, por cierto, brutalmente expresivo, que hace de cada plano donde aparece, y son la mayoría, una obra de arte de silencios, miradas, gestos, movimientos y palabras que van mostrando la génesis de un personaje que vive a caballo entre la tragedia y la comedia. Es un payasomaltratado, un hijo confundido, un ciudadano fuera del sistema, un revolucionario impostado, un tipo que ríe a carcajadas por enfermo, un líder que no quiere serlo, una vida apaleada, la inocente semilla de la que nacerá un exterminador que despierta simpatías entre los débiles. Es la alternativa a los superhéroes, a la dominación política y mediático, que no necesita poderes especiales, simplemente, vivir, aunque sea en o desde el pozo. Es la revolución de los desfavorecidos que responden a la provocación del padre de Batman cuando dice que «los payasos son los que no han llegado a nada». Mientras, Joker afirma: «no he sido feliz ni un solo minuto de mi puta vida» . No sé si estamos al borde de algo, pero sí sé que cada vez hay más anclados en el desencanto, la decepción o la infelicidad, tan letales como la pobreza, y demasiados Travis (Taxi driver) o Rupert (El rey de la comedia) que deciden limpiar una sociedad decadente en una escalada de violencia sea física, verbal, psicológica, toda junta o, sencillamente, social que convierte a la comunidad en un lugar hostil, en conflicto permanente y sin capacidad de rehabilitación. Todos podemos ser Joker, aunque nunca empuñemos un arma, aunque no ejerzamos la violencia, pero somos susceptibles, si no lo estamos ya, de instalarnos en esa apatía psicótica, en ese aburrimiento infinito, en esa soledad no buscada, en esa insatisfacción patológica que puede convertir nuestros cuerpos en contenedores de ruinas y nuestras almas en una insoportable amargura existencial. La mayoría de los jokers del mundo no necesitan máscaras, carcajadas o comportarse como payasos para vivir existencias vacías que los condenen a la locura de estar muertos en vida.

*Periodista