Quisiera comentar hoy el comportamiento de los jóvenes y de algunos no tan jóvenes que están en la Universidad o se acercan a ella para buscar un puesto de trabajo. Efectivamente, como se nos informa continuamente en los medios de comunicación, desde el punto de vista académico poseen muchos títulos, son licenciados, graduados, master, etc., y se entiende que están muy bien preparados.

Pero en muchos casos sus conocimientos son solo académicos, pues carecen de habilidades/capacidades sociales; es decir, no saben comportarse en determinados lugares, ni cómo presentarse o dirigirse a las personas, ni siquiera cómo deben vestirse para acudir a determinados sitios. A lo anterior se le une, en algunos casos, la falta del sentido del deber, del esfuerzo que supone cualquier actividad, el sacrificio y las renuncias que implica el trabajo frente a la diversión; estas actitudes de la juventud son debidas quizás, a los años de bonanza económica, en los cuales con el mínimo esfuerzo se conseguía el objetivo.

Lo anteriormente planteado debería ser corregido para conseguir la formación integral de nuestros jóvenes. En esta actuación debe colaborar toda la sociedad, pero fundamentalmente, los educadores de todos los niveles educativos, exigiendo a los jóvenes actitudes y comportamientos encaminados al esfuerzo personal.

La mayor responsabilidad en este sentido la tiene la familia, en ella se ha fomentado tradicionalmente y se debe seguir fomentando el respeto a los demás, el esfuerzo, la educación, etc.; es decir, todas las habilidades y capacidades que hagan de nuestros jóvenes personas con una formación y una educación integral.

De esta manera conseguiremos dejar un mundo más amable, mejor que el que heredamos de nuestros padres, para conseguir lo que se denomina en la gestión de empresa la mejora continuada (hacer las cosas mejor que la última vez). Si este concepto se aplica a cada individuo conseguiremos que éste sea mejor y con ello conseguiremos que la sociedad también lo sea.