TDticiembre es el mejor mes del año. Los primeros fríos del invierno anuncian días de fiesta y reencuentros. Diciembre es el mes cuando parece que los comercios abren a todas horas y los cines reciben a más público que nunca, el mes cuando las calles se llenan de gente de aquí para allá y los bares revientan de meriendas y conversaciones. Diciembre es el mes de los planes y las evaluaciones, el mes de los proyectos y los balances, el mes de los recuerdos y la melancolía. Como si todo el mundo deseara no perder el tiempo o perderlo solo haciendo lo que les plazca. Una especie de vuelta a los orígenes, a la infancia perdida, a la familia cada vez más desestructurada, a las vacaciones que nunca se acababan.

Diciembre son las calles iluminadas y los escaparates rebosando de color y fantasía, adornos y estrellas, árboles y belenes, espumillones y parabienes. Diciembre son los mercadillos y la sonrisa de los niños, los villancicos y la ilusión de la lotería, el niño que nace, la noche sin igual, los santos inocentes, el año que se va y los magos de Oriente que dejan, aun siendo mayores, que volvamos a despertar de una manera diferente. Diciembre son las funciones de los colegios y academias, los mensajes de felicidad, las pruebas deportivas benéficas, el ataque de solidaridad, el tráfico en Santa Marina, San Roque, la Estación o Valdepasillas, la Cabalgata, las corales, las colas para el roscón de Ansorena, las colas para los mariscos de La Mar, las colas de Castellanos y, por supuesto, las colas para cualquier tipo de dulces, incluidos los polvorones, de La Cubana. Diciembre es pensar en regalos, pensar en endulzar el paladar, pensar en recuperar amistades perdidas o lejanas, pensar en celebraciones, pensar, tal vez, en tirar la casa por la ventana, pensar en encuentros, pensar, sobre todo pensar, en los que ya no están, en lo que fuimos, en todo lo que perdimos, en lo que nunca podremos recuperar.

Diciembre es el mes que a todos contagia con la enfermedad de la nostalgia. Reflejarnos en la inocencia de los niños que creen en un mundo mejor del que hemos construido los adultos. Mirar a nuestros padres y abuelos e intuir que su mirada, cargada con el peso del paso del tiempo, se apaga entre preocupaciones y desesperanzas. Diciembre es la contradicción de un mes que nos encanta mientras permite que nos devoren, impasibles, los recuerdos de aquellos años perfectos que fueron los de nuestra infancia.