TNtavidad, lo que se dice Navidad, el ambientillo, las sensaciones, las emociones, empieza un mes antes, con los anuncios de la lotería, Freixenet y los turrones y, sobre todo, con las expectativas, con la ilusión, y acaba, más o menos, el día de los santos inocentes. A partir de ese momento, la Navidad se convierte en Nochevieja. Cambiamos los villancicos por música disco y los belenes por una sala de fiestas. Nochevieja es el final y el principio de algo. Todo el mundo espera una especie de catarsis. Personal y colectiva. Las costumbres han ido cambiando pero la esencia permanece. La cena de Nochevieja no es la de Nochebuena pero tiene los matices suficientes como para no pasarla por alto. En Nochebuena queremos ser demasiado buenos, nos anclamos en exceso en los recuerdos, buscamos, a veces, a propósito el cuerpo a cuerpo y los niños deben ser protagonistas. En Nochevieja, el encuentro es desestructurado, la cena algo apresurada, siempre falta alguno, las uvas llegan demasiado pronto, las campanadas son un jolgorio y hay que brindar aunque solo sea mojar los labios, que da buena suerte. A partir de ahí, la noche se descoloca. Los más jóvenes, con sus mejores galas, se echan a la calle para llegar a las tantas a una fiesta que, probablemente, les sabrá a poco. Los adultos se quedarán a ver una televisión que nunca cambia, se meterán un par de copazos y a pensar en que mañana la vida siga igual y los que se fueron de fiesta lleguen a una hora decente. Nochevieja es así, una extraña mezcla de soledad y alcohol, de nostalgia y fiesta que empieza con muchos brindis y acaba con resaca viendo en la tele los saltos de esquí en una inhóspita estación invernal. Porque, mientras que Nochebuena permanece en el tiempo con todos sus elementos prácticamente inalterables, Nochevieja se transforma, se moderniza, se adapta demasiado bien al paso del tiempo. Así, aquellas viejas fiestas de cuba libre y cotillón de Careva (¿era con b o con v?), 29-92 o las sociedades privadas (que no secretas) dieron paso a las controvertidas y multitudinarias del viejo Ifeba o las tormentosas del Tiro de Pichón que a su vez dieron el relevo a los bares abiertos toda la noche, por Conquistadores o por el Centro, que acabaron cerrando para que sacáramos entrada.

Nochevieja es el cruel testigo que nos va indicando que cada vez somos más viejos, que nuestros niños ya no son tan niños y que los que se fueron lo hicieron ya hace demasiado tiempo.