Juan significa «El fiel a Dios». En Badajoz tenemos a Juan el Bautista, Juan de Ribera, Juan de Dios, Juan de Badajoz, Juan Bosco o Juan Macías, todos venerables y reconocidos. Los juanes somos muchos y fuertes, aunque no tanto como los antonios y los josés, que son mayoría. Sin embargo, me preocupan los juanes del pueblo. Juan Bragazas, a quien su propia esposa daba todas las noches calabazas, y que procede de un tal Juan Braga, del que se dice que carecía de voluntad, haciendo la de su mujer y la de su suegra y dejándose gobernar por cualquiera. O Juan Cojones, indolente, desganado y lento, un auténtico huevazos, que ya en Cádiz recibía una estrofa carnavalera: «Juan Cojones a mi me llaman / porque se me caen los huevos». También Juan Breva y lo blandengue de su carácter; Juan Debana, que devanea y disparata; Juan de buen alma, o el bueno de Juan, criatura de la que todos se aprovechan y a quien se engaña con facilidad; Juan de Aracena, ni palabra mala, ni obra buena, persona de poco fiar, un bribón de mucho cuidado que con buenas palabras consuma traiciones; Juan de las viñas, ridículo, estrafalario y algo pelele; Juan el tonto o el tonto de Juan, en verano terciopelo y en invierno, tafetán. No es peligroso, pero siempre actúa al revés de lo que se espera de él, y así dicen que por el culo cebó al pichón. Conocemos, y mucho, a Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como, que pretendía ir a misa sin abandonar el campanario. El don nadie es Juan Pitín o Patiquín; el andrajoso y mísero, juanberingas; juanero, el que roba el cepillo de la iglesia; el calzonazos y flojeras, Juan Lanas, aunque también es reconocido como aquel que de bueno es bobo; y Juanazas, el pobre de espíritu. Hartzenbusch escribió a mediados del siglo XIX una relación de tontos del Reino: «Ahí vienen Juan Topete, el que se metía solito a luchar con siete… Juan de la Torre, a quien la baba le corre. Llega también Juan Díaz, que ni iba ni venía, Juan de la Flor, que se curaba para estar mejor, primo de Juan el Pobre, a quien se comían las moscas a cucharadas, y de Juan de la Valmuza, que no tenía capa, pero gastaba caperuza, con su amigo Juan Cagao, siempre vestido de colorao…». Mi ídolo, obviamente, es el Evangelista, que anunció el Apocalipsis.