El Capitolio se levanta blanquísimo, en el centro. Perfecto. Imponente. Sin inmutarnos pese a todo, sin sorpresa, porque las películas y las novelas lo disfrazaron de viejo conocido. Uno casi consigue oir la música de House of Card o ver a Tom Cruise negociando con el FBI, y un poco mas allá, ante el monumento de Lincoln, a Forrest Gump meterse en el estanque para abrazar a su novia. Los grupos de veteranos se acercan con reverencia, aún con la gorra en la mano y la mirada temblorosa, vuelven del memorial de Vietnam. No quedan rododendros en flor. Y el viento se ceba en las aristas de los museos, en el inmaculado comienzo del otoño. Es un cuadro hiperrealista, retratado ad infinitud, hasta el más mínimo detalle.

Una ardilla gris roe una avellana junto al obelisco. Detrás, el Tribunal Supremo. Impensable, desde ese lejano desdén que la justicia en nuestro país provoca, la emoción, el sumo respeto y la devoción con que sus jueces son tratados en este país. A veces el sentimiento se vuelve extremo también en el sentido contrario, porque encarnan a ojos de cierto sector de la población ideales que no concuerdan con su ideología, porque se traducen en cambio, o en reacción, porque en ellos aparece depositada, de forma vitalicia, la esperanza o el miedo. En sus manos está el presente y el futuro. Ellos deciden «qué es ley». Ella entra y todos nos levantamos. Silencio. Honorabilidad. Dignidad. Y tan pequeña. Más de ochenta años, encorvada y delgada.

Un moño perfecto, labios pintados, pendientes coordinados con su chaqueta, gafas enormes y unos ojos, vivos, que recorren el pequeño grupo que le espera, deteniéndose en las pocas mujeres que le aplaudimos, fuerte, a manos llenas, con la mirada. Sonríe, sonreímos reconociéndonos, suponiéndonos, intuyendo. Su primera intervención fue aquella mítica «No pido ningún favor para mi sexo. Todo lo que les pido a nuestros hermanos es que nos quiten los pies del cuello» .Desde los años 70 argumenta y defiende la igualdad, la libertad para abortar, el matrimonio gay, la equiparación salarial.... Su rostro y sus iniciales se unen al lema Time is on the side of change (El tiempo está del lado del cambio) y su fuerza, su sabiduría y su experiencia son una muralla, la mayor fuerza contra la sin razón, contra la barbarie de un presidente que no merecen los americanos. Y contra el que la juez Ginsburg, a buen seguro querría pronunciar su famoso y demoledor, «yo disiento».