No solo presidía la habitación de juegos de Salvador y Anna María, sentado en su cómodo sillón, perfectamente conjuntado y aseado para los quehaceres de cada día, sino que era instruido en filosofía con las obras clásicas que en su regazo dejaban a menudo.En ese cuarto se cantaba, se bailaba, se describían los tonos de las estaciones, la luz de cada hora.

El tierno trazo azul, rosa, casi magenta de los cielos atardeciendo en Cadaqués. testigo ávido de conversaciones sobre arte. Acompañante de trayectos en taxi. Amigo inseparable de aquellos años. Y con vida propia, por ellos creada, para darle valor y realidad a la compañía que les daba, a su existencia poéticamente inestimable. Que les escribía postales, que era visto fumándose un puro junto a la estatua de Colón.

Firmaba las cartas con rúbrica infantil que los hermanos Dalí dirigían a Lorca, una vez hubo pasado la felicidad blanca, de visillos que danzaban con el frescor de la mañana, de ese verano.

Federico también les escribía, echando de menos las risas camufladas de las siestas, las horas nocturnas tumbados en el suelo, la cabeza en el vientre del otro, alrededor de una vela, su pandilla de nuevos amigos: Dalí, su hermana y el osito Marquina. El oso de peluche que recibía correspondencia del poeta. El oso de peluche que enviaba felicitaciones de cumpleaños.

El oso que también fue modelo del pintor, tenía, como muchos años después haría el enanito de la película de Amelie, inquietudes viajeras. Llegó como un regalo de París. Y como un habitante más, creció sin crecer, junto a ellos, en aquella casa encalada de la playa de Es LLané, asistiendo, sin inmutarse, al despegue rutilante de Salvador y Federico.

El oso Teddy aún dormita en la cama de mi hija, ahora vacía, con quien, cuando entro a airear, comentamos cuánto la echamos de menos. El Woody de Toy Story que ocupa estante con los libros de filosofía de mi hijo me guiña un ojo cada vez que entro despacio para comprobar que duerme tranquilo.

El tiempo pasa, con prisa, pero solo a veces en un ramalazo de ternura, nos deja para mecer nuestro sueño, un poquito de infancia. H