La crisis de vocaciones es un proceso generalizado del que no es ajena la Archidiócesis de Mérida-Badajoz y que no acaba de remontar. El Delegado del Clero, Manuel Calvino, apunta que hace más de veinte años en el Seminario Mayor había más de 40 seminaristas. Hoy solamente están 5. «Una pobreza», según Calvino, que recuerda cuando el entonces azrobispo Antonio Montero comentaba que él necesitaba anualmente 10 curas. Esta cifra no se alcanza ni de lejos desde hace años. El último sacerdote que se ordenó fue Francisco Orán en junio del 2017, tras tres años de paréntesis en los que no hubo ninguna ordenación. Pero una nueva está anunciada. La de un joven diácono (nivel previo al sacerdocio) de Fuente de Cantos, David Cruz Yerga, de 31 años, que se ordenará sacerdote en septiembre. David trabajaba en el negocio familiar, una floristería, cuando dio un cambio de rumbo a su vida. Según cuenta, en su entorno tenían más claro que él cuál era su verdadera vocación.

-¿En qué momento decidió ser sacerdote?

-Hace ocho años. Llevo siete en el Seminario. Pero en realidad no es algo que se decida un día concreto, a lo que se pueda poner fecha, lugar y hora. Es un proceso de entendimiento que vas sintiendo y en el que te van acompañando, que dura varios años. Llegó el día en que dije que tenía que dejarlo todo e irme al Seminario.

-¿Cómo se lo tomaron su familia y amigos?

-Fue algo sorprendente. Yo siempre digo que ellos lo tenían muy claro. El único que no lo tenía tanto era yo. A mi hermana le extrañó cuánto me había costado dar el paso, pues era algo que ellos veían venir desde siempre. Mis amigos, también muy bien, salvo alguna excepción, pero han ido viendo que yo era feliz y que disfrutaba con lo que hacía.

-¿Cómo han sido estos años en el Seminario?

-Se me han pasado volando. Destaco sobre todo la alegría que se experimenta cuando uno está haciendo lo que quiere y da su vida por lo que Dios le pide. Hay momentos de más dificultad, de «noche oscura», como diría San Juan de la Cruz. Pero con la ayuda de Dios, de la oración, de los formadores, del director espiritual, de tu propia familia y de tus amigos se van superando.

-Estáis cinco. ¿Cómo se vive en un Seminario tan vacío?

-Desde que estoy siempre ha oscilado en ese número. Es verdad que los sacerdotes hablan de épocas en la que había más. Pero yo no noto la diferencia. Es como vivir en familia con tus hermanos.

-¿Algún compañero ha abandonado el camino que inició?

-Pues sí. Precisamente yo entré con otro compañero y en el quinto año lo dejó. Aquí también nos van acompañando a eso. Cuando uno toma la decisión de entrar no está todo decidido, sino que hay que ir viendo tu vocación con la ayuda de los formadores y del director espiritual y decides dar el paso o que esto no es lo tuyo. Él lo dejó y creo que fue coherente con lo que Dios le pedía.

-En su caso, ¿se lo ha llegado a plantear?

-Como he dicho, hay momentos de «noche oscura», de dificultad, en los que uno quiere tirar la toalla, pero se va viendo la luz y que éste es el camino.

-¿Por qué quiso ser sacerdote?

-Desde pequeñito me decían que de mayor iba a ser un cura buenísimo. Siempre he participado de forma activa en mi comunidad parroquial, como catequista, en Cáritas, en las cofradías, pero nunca me lo planteé. Hasta que conocí a un sacerdote joven que directamente me lo comentó, a mí y a otros jóvenes. Eso me movió por dentro y empecé a dar vueltas al corazón, no a la cabeza. Con ayuda fui viendo cómo Dios me pedía que yo entregara mi vida al servicio de los demás a través del sacerdocio.

-¿Qué labor le gustaría desarrollar y dónde?

-Mi mayor aspiración es cumplir la voluntad de Dios y será lo que yo acepte. Mi ilusión siempre ha sido ser un humilde cura de pueblo y a través de mi ministerio ayudar a las personas a que se encuentren con Dios.

-¿Por qué la Iglesia no remonta la crisis de vocaciones?

-Creo que esta crisis se debe a la crisis general de valores. Estamos viviendo un momento convulso. Los jóvenes de hoy en día necesitan tener personas que los ayuden, porque se encuentran dispersos en la sociedad. Habrá que trabajar para que encuentren su sitio.

-A la Iglesia le cuesta adaptarse a los nuevos tiempos.

-Hay cuestiones en las que la sociedad ha ido por delante de la Iglesia, eso no se puede negar. Pero la Iglesia también ha sido pionera en muchas cosas. Hay que comprender su posición. Le cuesta adaptarse a tantos cambios y dar respuesta porque las necesidades son muy diferentes. Pero con el papa Francisco se están dando grandes pasos y se está mostrando más abierta.

-Ha habido escándalos como las acusaciones de pederastia que no dejan de salir a la luz. ¿Cómo los está viviendo?

-La Iglesia en su parte humana es pecadora, pero creo que está dando una buena respuesta. Al principio se quedó paralizada porque le chocó, pero lo que queremos es que se haga justicia, sanar esos corazones heridos y se muestre una Iglesia abierta, que escucha y acoge.

-Le queda poco tiempo para ordenarse. ¿Cómo quiere vivir ese momento?

-Con ilusión, alegría y sobre todo con mucha entrega. Una frase que me ha acompañado estos años de Juan Pablo II y espero que todos los años del ministerio es que amar es entregarse a los demás. Ese es mi objetivo.

-Comprende que haya gente que no entienda que haya elegido esta opción de vida.

-Comprendo que cueste a los padres, familiares y amigos de jóvenes que deciden ser sacerdotes. Pero cuando dan el paso y ven que son felices y disfrutan con lo que hacen, normalmente suelen entenderlos.