Son tiempos de camalote, nenúfar mexicano y otras plantas invasoras. Conviven con nosotros desde hace años, pero, inesperadamente, es ahora cuando ha surgido una corriente de indignación, revolución y reivindicación traducida en buenas intenciones pero imprecisos conocimientos que han traído como consecuencia un elemento nuevo en nuestro mobiliario y patrimonio urbano: los lazos verdes. De entrada, no me negarán que el lazo verde parece un copia y pega de una campaña lacista paralela y anterior en otros territorios patrios. El lacismo como doctrina y medio para alcanzar objetivos de visibilidad y compromiso ya es viejo en nuestra historia reciente y ha demostrado una inusitada capacidad para crear trincheras. En Badajoz, por ejemplo, nunca antes -ni el terrorismo, ni la lucha contra gravísimas enfermedades o la defensa de causas nobles- obtuvo la reacción social de ahora que aquellos promotores ya hubieran querido para sus encomiables empeños. Más aún, su aparición en instalaciones públicas e, incluso protegidas, están dando que hablar entre los más puristas pero ya la apropiación indebida de la campaña, los colores y las acciones de unos y de otros para enfrentarse y no para unir, está resultando en grotesca contienda que nos devolverá a la ancestral inoperancia por falta de unanimidad y amplitud de miras. El problema del Guadiana no es solo de Badajoz sino de toda la cuenca y si tuviera una solución inmediata y definitiva, supongo que los técnicos en la materia ya habrían dado con ella y evitaríamos, así, tener que escuchar a los expertos en la nada sentando cátedra sobre todo. El problema es de tal gravedad y complejidad que no sirven los simplismos de unos pocos para ganar un puñado de me gustas en Facebook. Yo soy del Guadiana con dos puentes, me he bañado en Las crispitas, en El Pico, en la Playa, en Las Moreras, en el Rincón de Caya, he comido en el merendero del Embarcadero, desde donde he navegado en inestables barcas, he conocido tanto sus aguas cristalinas como las fecales del caño de la Cambota, vertiendo a la altura del puente nuevo. Lo importante es que, más allá de montar una nueva trinchera, se encuentren soluciones y yo creo, lo he creído siempre, que drenar el río empieza ya a ser una urgencia, cara, pero necesaria. No volveremos a cuando éramos niños pero habremos recuperado el río.