La Asamblea de Madrid acaba de aprobar una nueva Ley de Patrimonio, para sustituir a la hasta ahora vigente. La leyes regionales de Patrimonio surgieron como un efecto dominó por imitación de las comunidades con gobiernos nacionalistas, que quisieron hacer gala de su variante cromosomática. Más hubiera valido desarrollar con todas sus consecuencias y hasta el final la ley nacional de la materia (16/1985), que sigue siendo una magnífica norma legislativa. A ver cuánto tardan, también, en joderla.

Pero, a lo que voy, el cambio en la legislación regional madrileña afecta especialmente a la Arqueología. Ahora allí ya no será preceptivo hacer estudios arqueológicos previos cuando no haya certeza de la existencia, en el subsuelo, de restos arqueológicos. Pongamos el caso, si esto fuera aquello, de que en las afueras de Mérida --no digo Badajoz, porque es sabido que aquí no se hace arqueología, sólo documentación--, hay una parcela donde nadie ha detectado nunca nada. Pues se podría excavar sin estudio previo y, si, a pesar de todo, se destruye algo: una pena, oiga. No lo sabíamos.

Y, ¿por qué han hecho eso en Madrid, provocando, también, una manifestación de arqueólogos? Para que una empresa de nebulosa reputación levante un sucedáneo de Las Vegas en una de las zonas de mayor concentración de yacimientos arqueológicos de España. Así se facilitará la construcción del antedicho complejo de ocio y se crearán, dicen, muchísimos puestos de trabajo. No es que el proyecto sea una aberración. No es que la nueva ley madrileña sea un paso atrás y sustituya a otra, innecesaria pero útil. Es que es una dejación de soberanía. Estamos dispuestos --están, en Madrid; por ahora-- a sacrificar el patrimonio cultural, con la hipotética justificación del empleo --siempre hacen igual-- a la arbitrariedad. La fiesta regional sigue siendo el 2 de mayo, lo digo, por si no lo saben. Espero que en Extremadura no pase lo mismo. Aunque, pensándolo bien, aquí, con ley o sin ley, se está haciendo de idéntico modo. Piensen en las murallas de la Alcazaba. Porque, aunque haya quien no se lo crea, a veces cuatro piedras antiguas --o una alcazaba grande-- significan vergüenza. Esa que se exige a los toreros, pero no a algunos políticos. A esos que tienen el grifo del patriotismo y lo regulan a su gusto.