En la tradición de otros cineastas británicos contemporáneos, tipo Michael Winterbottom, que han hecho de la diversidad genérica y estilística su propio estilo, indefinido, cierto, pero estilo al fin y al cabo, Danny Boyle relata ahora la historia real del alpinista estadounidensede Aron Ralston (James Franco) que hace siete años quedó atrapado en un cañón aislado de Utah cuando el desprendimiento de una roca le inmovilizó el brazo derecho. Esta situación le obligó a cortarse un bazo con un cuchilla. Recordemos que, por ejemplo, Boyle había rodado anteriormente un filme de zombis como 28 días después y un drama ambientado en Bombay como el oscarizado Slumdog milionaire , por no hablar de Trainspotting .

Nada une estos filmes entre sí. En este caso, Boyle opta por la soledad y el espacio claustrofóbico --un hombre solo y accidentado en una montaña-- pero se la juega menos que Rodrigo Cortés en Buried (Enterrado) , un filme también con un solo personaje y un único decorado, un ataúd. Boyle, menos arriesgado, busca espacios libres, distensiones y fugas recurriendo a los flashbacks y ensoñaciones del protagonista.

A través de esa experiencia, Boyle se hace preguntas del tipo: ¿qué lejos estamos dispuestos a llegar para sobrevivir? Y sobre todo, nos recuerda que, para él, el drama no es excitante si no se mueve. Boyle sintió que el horror sufrido por Ralston, aunque terrible, era visualmente inerte y por eso usa flashbacks impresionistas, montajes frenéticos, o innumerables e innecesarios ángulos para que todo alrededor del hombre vaya a toda pastilla, todo el rato.

El trabajo del actor James Franco es más encomiable que el de Boyle, artificial cuando necesitaba contención.