Escuché hace unos días al expresidente Fernández Vara decir que la continuidad en la recuperación de la Memoria Histórica era una de las líneas rojas que el partido socialista, ahora en la oposición, no iba a permitir que se traspasasen. Entiendo que se refirió a que su grupo no consentirá, en la medida de lo posible, la interrupción del programa ya comenzado y desarrollado. Es justo y necesario. Y Extremadura ha sido a ese respecto un ejemplo. Otra cuestión es determinar el límite de esa memoria por abajo. Desde cuándo comienza a contar esa recuperación. Y lo digo no sólo como ciudadano. También como arqueólogo. Piensen lo que quieran.

Todo nuestro pasado, todo pasado, tiene una memoria por recuperar y, si somos un país con unos mínimos culturales, debiéramos comenzar a ver las cosas desde una óptica distinta a la usada hasta este momento. La conservación del Patrimonio, que es el testimonio material de la memoria temporal, es una de esas líneas rojas, o azules, no traspasables. No debieran primar otros intereses sobre su gestión "sostenible". Se necesita dinero. Claro. Y, a veces, viene por caminos tortuosos. Y los buenos administradores no pueden negarse a recibirlo. Pero ese argumento no debe contraponerse con el estudio del legado material del pasado ni usarse como arma arrojadiza contra los estudios arqueológicos previos.

No podemos actuar sobre nuestros monumentos dando prioridad a la inversión restauradora sobre la investigación científica. Porque eso nos empobrece y nos deja sin argumentos y, seguramente, sin dignidad. Arrimo, claro, el ascua a mi sardina. He tenido que escuchar de responsables muy técnicos aquello de "Arqueología, la mínima" al planear la intervención en un monumento. No es de recibo. Y tampoco lo es creerse que el fin inevitable de cualquier restauración es la explotación turística.

Todo eso está muy bien, pero no sólo, ni antes. En Patrimonio lo que se pierde no se recupera. Esa línea no debiera traspasarse nunca. Lo ya hecho no podemos evitarlo, lo futuro-