TCtada día la calle se llena de pequeños estudiantes. Los miro cuando bajan camino del colegio, con sus padres o cuidadores, arrastrando mochilas con ruedas. No tienen más de cuatro años. Muchas veces me pregunto qué serán de mayores. Me gusta mirarlos e inventar sus futuros. Todo puede ser posible. Ramón Albarran abajo. Están iniciando un aprendizaje que durará muchos años y que les conducirá a un destino que nadie conoce.

Siempre los he imaginado trabajando en Extremadura, pero hoy la realidad se ha impuesto y los datos me hacen temer que puedan terminar muy lejos de las aulas que al final de la calle les esperan.

Los jóvenes se están marchando. Mal asunto. Perdemos talentos que dejarán sus réditos en otros lugares. Invertimos en su formación, pero no hemos creado suficientes campos para que puedan desarrollarse como profesionales. Leo que la región ha perdido ocho mil jóvenes de entre veinticinco y treinta y cinco años durante la crisis. Con estos mimbres el futuro no se dibuja mejor que el presente. Hay que poner freno a esta nueva oleada migratoria. Una vez más se les expulsa. Ellos progresarán y sus mentes enriquecerán otros territorios mientras el nuestro volverá a empobrecerse. Nos estamos quedando sin sabia nueva. Extremadura les forma y otros recogen los frutos. Mal asunto. Advertía de esto hace tiempo el Partido Popular. Tenía razón. Los datos lo demuestran. Bastantes años atrás se creó una institución con el objetivo de poner cara a cara la universidad y la empresa. Formar en aquello que la sociedad real demandara. Desconozco los logros conseguidos, pero las cifras publicadas ponen de relieve que los jóvenes no encuentran acomodo.

Esto tiene que cambiar. No podemos dejar que esos niños, que arrastrando sus mochilas caminan cada día calle abajo, acaben poniendo sus conocimientos al servicio de otros. Es tarea de todos.