El problema de España no es la envidia sino el odio. El odio de una España a palos, donde solo tienen razón los míos y los demás están equivocados, sectaria y reaccionaria donde no es el color ni la ideología ni las buenas intenciones quienes deciden el destino de nuestros principios y acciones sino la sencilla y pura maldad que corroe las almas de quienes han hecho del odio, religión, y ellos, su propio dios. Es la malasangre de quienes nunca están conformes, de quienes siempre tienen algo que criticar, de quienes suman agravios sin haberlos, venganzas sin necesitarlo y rencores sin razón. Cuando gobiernan los míos, todo funciona; si son los otros, todo están mal. El mero planteamiento de míos y otros ya es un concepto generador de odio. Sales a la calle con cuaderno, con el móvil dispuesto a disparar, que no se te escape una, todo es una catástrofe. No hay nada que esté bien hecho. Si la ciudad enciende la luz, es para tapar desconchones; si hay conciertos, ya no son como los de antes; si se hace un parque, ya era hora; si un socavón, a ver quién es el culpable. Es la mala sangre que habita en el corazón y llega hasta los ojos para mirarlo todo del revés, para fulminar al que no piensa como yo, para convertir en enemigo al adversario. La liga del sueño es un grupo peruano que en los años 90 compuso una canción titulada Mala sangre, un espejo eterno: «¿A quién venderme, qué bestia adorar/ a qué imagen santa atacar, qué corazones destrozaré,/ qué mentira debo sostener, sobre qué sangre ahora caminaré?». Hay quienes viven bien bajo esta bandera. En 1973, Jaime Camino dirigió la película Mi profesora particular, con Serrat de protagonista. Cantaba tres canciones: Para vivir -una letra que después cambió pero que entonces decía que «el futuro es incierto y el ayer no regresa. Abrázate al presente, qué más da si pega o besa», Aquellas pequeñas cosas, «que nos dejó un tiempo de rosas» y Malasangre, la historia de un perro ingrato. No sé hasta qué punto el odio puede ser una dieta sana pero está claro que las personas que construyen son más propicias para curarse las heridas del alma. Aunque haya perros ingratos por cuyas venas corra la mala sangre. Aunque haya dueños perversos que en cualquier chispa crean ver un incendio y no tiempos de rosas.