THtay algunos males que se aguantan mejor que otros. Sobre todo los que traen consigo el bien que, según el refrán, debería acompañar a cualquier mal. Eso les ha pasado a los integrantes de una comunidad ecuatoriana, todos enanos. Resulta que su desgracia --la del enanismo-- venía de una mutación genética y estaban, supongo, bastante consternados. Ahora ha ocurrido que se han puesto a investigar en sus genes para darse cuenta de que la misma mutación impide a todos los bajitos ecuatorianos padecer cáncer o diabetes. Su mal les ha salvado. Incluso pueden permitirse el lujo de fumar como carreteros o ponerse ciegos de pasteles sin problema. A estas alturas, deben estar celebrándolo, olvidando por completo su falta de altura. Cosas así pasan todos los días. Los belgas, sin ir más lejos, llevan sin gobierno doscientos cincuenta días. Y muchos más con enfrentamientos entre francófonos y flamencos. Desde aquí, todo parece muy desgraciado. Uno imagina al pobre ciudadano deambulando triste por la Grand Place, deprimido y agobiado de tanta desventura que aflige a su país. Pues no. Al contrario. Parece que los males han conseguido reactivar su alegría y se han puesto a festejarlo como locos. Han instaurado la fiesta de la patata frita y allí andan, desnudándose y bebiendo cerveza por todo Bruselas. Comentan los enterados que Bélgica sigue funcionando igual. Que no tienen problemas económicos y que las comunidades lingüísticas administran las competencias con toda eficacia y tranquilidad. Ha llegado el momento de darle la vuelta a nuestros propios males. Visto que la solución de la mutación genética no está clara, tal vez deberíamos optar por la solución belga. Hay quien apuntaba a quitarse de encima a las autonomías, pero yo creo que será más sencillo eliminar al gobierno con todos sus rubalcabas y zapateros. Una vez conseguido, lo siguiente es sencillo: basta con promover la fiesta de la tortilla de patata o del bocadillo de chorizo y lanzarse en paños menores a la Cibeles.