Comencé el día tranquila, pero lo he acabado muy mosca. Las cosas se torcieron. Estoy de vacaciones y mañana salgo de viaje. Creía que lo tenía todo previsto: cita con el médico a primera hora, visita al banco y la compra de mesa y sillas de camping porque las viejas las tiré por inservibles. Tenía que ir a la farmacia, poner una lavadora, tender, planchar y hacer la maleta. Luego, por la tarde, escribiría la columna. Todo empezó bien. No hubo retraso en la cita, adquirí los medicamentos que necesito, en el banco no había demasiada gente y volví a casa dispuesta para la colada. Estaba sin detergente.

Bueno, no pasaba nada. Era un pequeño contratiempo. Había una tienda cerca. Bajé, compré y- cuando volvía, noté que había perdido la tapa del tacón de una sandalia. Las necesitaba para el viaje. De nuevo en casa puse la lavadora, me cambié y fui a un zapatero que hizo rápido el trabajo pero, cuando intenté arrancar el coche, el motor no respondió.

Empecé a mosquearme. No había mirado el nivel del depósito y, por enésima vez, me había quedado sin gasolina. Tantas veces me ha ocurrido que llevo un bidón en el maletero. Estaba demasiado lejos de una gasolinera. Llamé a un taxi. Llené el bidón y volví a donde estaba el coche. Recebado el depósito, fui a casa. Comencé a hacer la maleta. Aún no había comprado la mesa y las sillas, aunque las tenía vistas. Terminó la lavadora y al abrirla comprobé que la ropa blanca estaba rosa. Con las prisas por arreglar el tacón, había metido una camiseta roja que lavaba por primera vez. Puse de nuevo en marcha la máquina con un poco de lejía. Se retrasaba la plancha.

Negra, estaba negra. Aproveché el nuevo tiempo de lavado para ir por las sillas y la mesa.

La mesa sí, pero las sillas ya no quedaban. Había otras, pero mucho más caras y feas.

Ya estaba rabiosa.

No he planchado ni pienso hacerlo. Me tumbé y cerré los ojos.

Estoy de vacaciones. Dicen que es mejor no tener buenos principios.