El maquinista del tren descarrilado de Santiago, Francisco José Garzón, desde el minuto uno dijo "he sido yo", "me he despistado" y "siento tanto lo ocurrido que me quiero morir". Es decir, desde el primer instante asumió su responsabilidad, dio una explicación plausible y pidió perdón, todo lo cual lo reconcilió con la ciudadanía y con las víctimas. De hecho el maquinista es otra víctima del suceso, porque él no tiene la culpa de que este sistema basado en los hachazos al Estado del Bienestar confíe a un ser humano falible un tren que alcanza más de doscientos kilómetros por hora, sin otro sistema de seguridad que algo tan volátil como su atención.

El maquinista del tren descarrilado de Moncloa y de Génova, Mariano Rajoy, después de años de connivencia con el tesorero de su partido, Luis Bárcenas, sin dar una sola explicación sobre su relación con éste, la financiación irregular del PP, los sobresueldos a la cúpula del partido, las adjudicaciones de obras a las empresas donantes y demás martingalas, comparece hoy a la fuerza en el Congreso para no decir nada y para seguir mintiendo. En cualquier otro país civilizado un jefe de Gobierno que se ve envuelto en un asunto tan turbio como éste habría dimitido hace tiempo. Por mucho menos han dejado sus cargos en los últimos años relevantes dirigentes europeos.

Tenemos aquí, para contraste y ejemplo, la actuación de dos maquinistas, uno honrado y otro cuya honradez él mismo niega con su actitud. Uno veraz y otro mentiroso. Uno responsable y otro inconsecuente. Del maquinista de Santiago tendrían que aprender los políticos que nos gobiernan y los que nos pueden gobernar, empezando por Mariano Rajoy. Porque no es el error, el fallo o el delito lo que destruye la credibilidad, sino la negación de la autoría, la falta de explicación y la atribución a otro de la propia responsabilidad. Hoy jueves 1 de agosto -hasta la fecha elegida es tramposa- asistiremos inermes los ciudadanos españoles a otro espectáculo de cinismo político a cargo del presidente. No otra cosa será lo que de ninguna manera puede ser explicado si no es de la forma que lo ha hecho el maquinista de Santiago. Entre este humilde profesional ferroviario y el presidente del Gobierno media un abismo moral cuyas dimensiones tendremos hoy jueves la oportunidad de percibir en toda su dimensión.