Me gusta escribir de Marruecos, no solo porque sea un país que amo, sino porque el esfuerzo por desarrollarse que lleva adelante, en dura lucha consigo mismo y con su sistema social y político, sirve para calibrar determinadas facetas de España. Mal que pese a algunos, estamos demasiado próximos como para ser diferentes en todo. Hay aspectos de la realidad que nos acercan. En nuestro país hay una maurofobia -empleo el término en sentido geográfico y positivo- histórica que pasa, no tanto, por la Edad Media -eso es un tópico-, sino por la agresiva presencia española en el Norte de África, por los desastres sufridos allí por nuestro ejército -gestionado de modo inepto y clasista- y por la presencia de tropas magrebíes en nuestra Guerra Civil de 1936/39, al servicio de los generales golpistas. Me limito a describir, no a diagnosticar.

Al final, ese sentimiento de amor-odio entre los dos países es inducido. Lo han provocado las clases dominantes de una y otra nación y lo hemos sublimado en forma de patriotismo. Por eso, y por alguna otra cosa más, los marroquíes no soportan ese mirarles por encima del hombro que tenemos -o dicen que tenemos- los españoles, siendo mucho más iguales de lo admitido por unos y otros. No en vano hay un sector muy apreciable de aquella sociedad que es de origen hispano. Y eso lo registra hasta su constitución. Hay muchísimas personas con apellidos ibéricos, a veces ligeramente arabizados -Torres, Verdugo, Vargas, Mulato, etc.-. No son descendientes de colonizadores del siglo XX, sino de moriscos. De expulsados por ser musulmanes a comienzos del XVII y refugiados entre sus correligionarios, que no los aceptaron de tan buen grado. A nadie extrañará que esas gentes incubasen un rencor histórico, hoy casi desaparecido, contra su Madre Patria. Los marroquíes nos conocen muy bien, porque nos han sufrido -y vencido-, y muchas de sus actitudes obedecen a prejuicios tan históricos y motivados como los nuestros hacia ellos. Ahora las cosas han cambiado. Muchos españoles visitan Marruecos y muchísimos marroquíes viven aquí. Y, a despecho de incidentes concretos, mantienen un nivel creciente de integración. Necesitamos conocernos más y mejor. Aún es poco.