Alrededor de 3.000 personas, entre ellas dos centenares de sacerdotes, llenaron ayer por la tarde la catedral de Badajoz para despedir a monseñor Antonio Montero, que deja de ser arzobispo de Mérida-Badajoz, tras casi 24 años de ministerio episcopal en la diócesis. Como él mismo dijo, al terminar la eucaristía, pasa a ser obispo emérito, que no es lo mismo que "un jubilado, ni un pensionista, ni un dimisionario" y se comprometió a volver a esta tierra, donde mantendrá residencia civil.

Monseñor Montero estuvo acompañado por los obispos de Plasencia y de Coria-Cáceres, Amadeo Rodríguez y Ciriaco Benavente, respectivamente, además de Carlos López, que fuera obispo de Plasencia y ahora está en Salamanca, y el obispo auxiliar de Evora. Montero aprovechó la homilía para hacer un recorrido por su trayectoria y sólo al final de la misa, cuando se marchaba, esbozó una sonrisa y se le vio emocionado, mientras sonaba un aplauso espontáneo.

Mencionó sus orígenes granadinos, sus posteriores responsabilidades "en el formato atípico de cura periodistas", que lo llevó de la revista Ecclesia a la editorial PPC y la página religiosa del diario Ya , su etapa como obispo auxiliar de Sevilla con 40 años cumplidos y la decisión de Juan Pablo II de nombrarlo en 1980 obispo de Badajoz. "Algunos me consideraban ave de paso, por mi procedencia de otros ambientes y escenarios, y no se fiaban cuando yo aseguraba que me encontraba aquí a mis anchas", dijo y añadió que ha pasado aquí el periodo más largo de su vida.

Durante todos estos años, Antonio Montero ha dado fe del desarrollo de esta región. Personalmente "aunque sigo siendo el mismo que llegó aquí en 1980, no soy lo mismo que era entonces. Y, si algo de este cambio ha sido hacia mejor, os lo debo con todas las de la ley", dijo a quienes lo escuchaban.