¿Ha llorado alguna vez frente a una pintura? Estoy, ahora mismo, observando con detenimiento cada detalle, cada trazo, cada imagen de la obra del pintor jerezano Juan Lucena titulada ¿Qué haremos sin ellos?, un cuadro de 150X120 centímetros, pintado sobre lino, manchado en acrílico y terminado en óleo. Nos muestra a un grupo de niños detrás de un cristal de metacrilato que se despiden de sus abuelos. Los ancianos, a su vez, van caminando hacía un túnel iluminado y uno de ellos, una mujer, mira hacia los pequeños. En una esquina, un buitre simbolizando la muerte; en la otra, un sanitario con las manos en la cabeza mostrando su impotencia. Pueden verlo en las redes sociales porque esa imagen se ha extendido por todas partes como el retrato de una tragedia donde miles de personas, fundamentalmente mayores, se nos han ido, sin despedidas, en medio del silencio, del dolor y de la ocultación. Miles de mayores que vivieron los estragos de la posguerra, una epidemia con miles de muertos en los años cincuenta, una dictadura, se reconciliaron para levantar una democracia y atendieron a los suyos cuando la crisis asfixió a tantos hijos y nietos. En esos niños que los miran caminando hacia la luz estamos todos, despidiéndolos, agradeciéndoles y respetándolos. Cuando somos adolescentes o jóvenes, les llamamos viejos, en ocasiones, con desprecio, nos sentimos fuertes, invencibles, superiores y pensamos que son un estorbo. El otro día lo vi con mis propios ojos: un tipo más o menos mayor que se pasea por el Guadiana y sus puentes vestido de forma estrafalaria y con una radio donde se escuchan en alto coplas reconocibles estaba siendo objeto de burla por un grupo de adolescentes, chicos y chicas, que le quitaban cosas, que se metían con él, quien les reía las gracias porque, tal vez, pensaba que estaban de buen rollo. Uno de esos chavales, montado en una bicicleta, le dijo: «Te voy a pegar una hostia que te voy a reventar, so mongolo, puto viejo de mierda». Sé que es un caso aislado, pero, ahora, más que nunca, necesitamos con urgencia recuperar valores que la posmodernidad y la trinchera han enterrado: los valores de la decencia, la educación y el respeto a nuestros mayores. Le pedí que no le hablara así, pero me miró con odio y ya no quise escuchar sus excusas, porque, en realidad, no existen excusas para tratar de ese modo a nadie.