Entramos en tiempos de medallas. A menos de seis meses de las elecciones municipales y autonómicas, toda una pléyade de francotiradores, mercenarios y soldados de fortuna se aprestan a dar lo mejor de sí mismos y de sus miserias con tal de llamar la atención para que los distintos partidos y líderes tengan a bien colocarles en puesto preferente en el reparto de las migajas. Porque, en el fondo, lo cutre y hortera de todo esto es que por menos de un plato de lentejas haya algunos que están dispuestos a vender a su propia madre. Es la triste realidad de un sistema donde no progresan los mejores sino los que más medran, los que mejor insultan, los que tiran pedradas como palabras y mienten más que hablan.

Es la hora de las medallas. De colgárselas (los que no tienen pudor) o de colgarlas (los que no tienen sentido del ridículo). Del ajuste de cuentas. De los posicionamientos. De tomar partido. Es la hora de las mezquindades y las ambiciones, de los enredos y las transgresiones. Lo sórdido sale a escena. Todo vale con tal de colocarse en una lista o, en su defecto, de que gane y salga el que coloca. A veces, es amigo; otras, un conocido; las más, uno de tantos pero al que hay que arrimarse ahora por si acaso. O no, que nunca se sabe. No por convicción. No por ideología. Ni siquiera por afecto. Por lo que pueda pasar. Y así, se arrastran a los mítines, a las presentaciones, a esos eventos a los que en su sano juicio no irían ni por dinero. Y aplauden, estrechan manos y besan por decreto. Y hablan y hablan y pronuncian elocuentes discursos. Todo es tan sospechoso como repugnante. Se apuntan tantos, se recomiendan a sí mismos, hocican, salivan, doblan el espinazo, tragan bilis y se apuntan a un bombardeo. Hablan de lo que no saben, usan indebidamente cargos, sean políticos o vecinales, escriben cartas al director, tribunas en los periódicos, llaman a la radio, acuden a mítines de quien sea, se dejan ver, se dejan querer, se dejan usar. Es el franquismo sociológico en el que crecieron y que aún perdura, que les pierde, que no sabe de ideologías, sólo de prebendas.

Nos quedan meses apasionantes de endemoniados subalternos y empalagosas servidumbres. El país se hunde, el paro crece, los problemas se amontonan, las soluciones no llegan, las promesas se incumplen pero ellos a lo suyo. A sus medallas.