Hace unos meses, el Ayuntamiento de Badajoz decidió dedicar una calle de la ciudad al periodista y escritor Antonio García Orio-Zabala. Hace pocos días, se hacía lo mismo con seis mujeres: dos reinas (María de Molina y Sofía), una donante para que el Puente Viejo se reconstruyera (María del Carmen Valero, entre 1603 y 1612), una pedagoga (Angeles Morán, que murió en 1957), una política (Clara Campoamor, en la República) y una de las impulsoras de los Centros de Promoción de la Mujer (Leonor López de Ayala). ¿Pensarán que por los méritos y las fechas de las que hablamos habría consenso y ninguna discusión? Pues no. España es así y sus políticos no son más que el reflejo de una sociedad pacata que pretende revisar la historia con planteamientos contemporáneos cuando no hablar o debatir de ella sin más lecturas que un par de anotaciones pilladas al vuelo con demasiado atrevimiento y poca lucidez.

Hace unos días se festejaba el 150 aniversario de la llegada del tren a Extremadura. Sin sonrojarse ni nada, un puñado de vecinos de la margen derecha decidió manifestarse y protestar ante el presidente de la Junta, lo cual es perfectamente lícito, al tiempo que exigían la llegada del AVE algo que, por otro lado, le oí decir a un diputado provincial. A ninguno de los indicados les escuché jamás, o sea, antes de gobernar el PP en Extremadura o en España, pedir, reclamar, demandar, exigir o reivindicar con la misma pasión. Más aún: cuando se descubrió el engaño del AVE para el 2010, ninguno de ellos les sacó los colores a los que se llenaron la boca con la famosa promesa.

La otra noche, de jueves, por más señas, cantaba el gran Gene García en el Mercantil. Mientras lo hacía, un grupo de amigos tomábamos una copa, ya pagada, y charlábamos. Un camarero nos mandó callar. Pensaba que a los bares se iba a estar con los amigos, hablar con ellos y que el concierto siempre es un complemento. Nunca antes me habían mandado callar en un bar.

Las tres anécdotas demuestran una cosa: seamos ciudadanos, consumidores, usuarios o clientes hay quien piensa que somos mercancía y no personas, a los que se les puede usar y tirar, a quienes no importa si se les trata como imbéciles o abusando de sus derechos o, peor aún, de su buena fe.

Un debate, una pancarta o una actitud no solo fijan una posición. A veces, señalan también un camino: el de aquellos que creen que porque les respetamos no merecemos ser tratados como ciudadanos.