Es hora de cambiar algunas formas. No podemos seguir utilizando métodos que ponen en entredicho la honradez -no digo legalidad; porque legales son- las intenciones y, sobre todo, los resultados de ciertas actuaciones. Hablo de arqueología y del modo en que se gestionan los proyectos de rehabilitación y restauración de monumentos. Adviértase, de antemano, que restaurar un monumento no es sólo labor de arquitectos o de ingenieros. Un monumento requiere, antes de ser intervenido, de análisis previos. Los analistas son los arqueólogos. O sea, los historiadores. Sin un buen informe arqueológico preliminar no hay restauración correcta, aunque el resultado sea bonito. Es como maquillar a un muerto. Si por culpa de la restauración se priva al bien cultural de su información histórica se está matando al paciente y momificándolo. La apariencia continúa, mejor o peor, pero se pierde el contenido.

Insisto en la necesidad de que los estudios arqueológicos los encargue directamente la administración competente. Lo mejor es sacar a concurso -salvo convenio anterior- los proyectos de investigación necesarios. Y que se valoren las capacidades científicas de los arqueólogos y no sólo su facilidad para guardar silencio, pase lo que pase en el proceso de embalsamamiento. Y, desde luego, no pueden ser los directores de las restauraciones, ni las empresas adjudicatarias los que decidan a quién contratar. Porque se da pie a todo tipo de arbitrariedades y, sobre todo, siempre queda la duda de lo ético y de lo legal de las obras. A los arqueólogos, que somos gente muy especial, se nos suele sobornar permitiéndonos impartir una conferencia -gratis, claro-. Todavía hay quien cree que eso difunde la cultura y convierte en científico su currículo, separándolo de la condición de tonto útil. Cuando el arqueólogo responda ante la Administración, no ante una empresa privada -siempre a lo suyo; no siempre a lo nuestro-, y tenga capacidad real de interponer argumentos bien fundados para impedir o matizar un proyecto de restauración sin temor al despido, entonces estaremos en el buen camino. Así no pasará lo que en bastantes de las intervenciones arqueológicas de Badajoz. Algún día se escribirá, con nombres y apellidos, su historia. Tampoco es normal que quien inspecciona una excavación se beneficie, como sea, del trabajo que controla. Y eso pasa aquí.