El proceso de conversión de las mezquitas en iglesias, después de la conquista de las ciudades andalusíes no seguía una pauta fija en todas partes. Dependía de la categoría de la población y, en mucha medida, de la importancia ideológica del edificio y, también, de su valor arquitectónico. No era un problema de respeto, era una cuestión económica. Si el edificio merecía la pena era más barato y práctico conservarlo y transformarlo, según las disponibilidades financieras de cada cabildo y el modo en que negociase la edificación de capillas para enterramiento de las familias nobles, previo pago, claro está. Una catedral era también un negocio. Por eso el proceso no fue igual en Sevilla, en Córdoba, en Toledo o, sin ir más lejos, en Badajoz, por citar ejemplos de capitales importantes.

El poderoso cabildo de Sevilla se pudo permitir el lujo de derribar la imponente de la ciudad, conservando apenas el alminar y parte del patio. El no tan potente de Córdoba se encontró con el enorme valor simbólico de la mezquita mayor y con la calidad arquitectónico del propio monumento. Planes hubo de derribarlo, imaginen, pero acabó por imponerse el sentido común y la autoridad del Rey. Sin embargo, en Toledo, capital mítica de Hispania, la mezquita mayor había sido templo cristiano, o se había construido sobre uno, y, después de 1085, ese lugar volvió a ser catedral de la “sedes toletana”. No se derribó inmediatamente. Las naves del oratorio musulmán se conservaron como núcleo de la nueva construcción y se fueron rodeando, con cierta homogeneidad, preservando el patio, hasta formar un bloque arquitectónico.

Cuando el Cardenal Cisneros, a comienzos del XVI, decidió ampliar el monumento hacia los pies y edificar el trascoro se derribaron las antiguas naves de la aljama y se sustituyeron por las impresionantes góticas que vemos hoy. Se fagocitó la sala de oración musulmana, hasta hacerla desaparecer y se reutilizaron sus columnas en la decoración del nuevo elemento. Pues bien, en Badajoz, en San Agustín, ocurrió aproximadamente lo mismo, aunque, hasta donde se ha publicado, carecemos de constancia escrita. Otra cosa es la documentación arqueológica, basada en el análisis arquitectónico.

*Arqueólogo