A ver si este alcalde da más trabajo! me decía una señora que vive de limpiar casas ajenas y del sueldo cada vez más escaso de su marido al que le han reducido las horas de trabajo. Le contesto que no, que el empleo no depende de lo público sino de lo privado, y que mientras no haya crédito las empresas continuaran cerrando y los trabajadores en paro. Eso dicho de manera simple, sin meterme en más complicaciones.

"Pues así no podemos seguir". Es verdad, no podemos. Se queja del recibo de la luz y eso que "la electricidad la utilizo poco, porque todo lo tengo con butano". Así y todo el último recibo fue de noventa euros. No lo comprende. Yo tampoco. Si a su marido le vuelven a quitar alguna hora, hasta las bombonas tendrán que dejar y volver a los antiguos braseros, que ya hay quien se ha visto obligado a hacerlo. Por su barrio, y por otros que ella lo sabe, pasa un hombre con una camioneta vendiendo carbonilla y picón. Una vecina compra. Ha vuelto al calor de antes, a las firmitas con la badila, a los tufos y a la alambrera. Con los hijos en paro y muchas horas sentados en la camilla, no hay bombona de butano que aguante ni escasa paga que lo resista. Así están muchas familias, y picón y carbonilla han vuelto al mercado. A la fuerza ahorcan y ya son legión los ensogados.

No señora, no dará este alcalde más trabajo. "¿Entonces?" Entonces nada. Ni usted, ni yo, ni su vecina, podemos hacer nada. Solo presionar con la esperanza de que David vuelva a vencer a Goliat; somos más, muchos más, y el número puede convertirse en nuestra honda. "No sé", me dice perdida en el símil bíblico. Yo tampoco sé. Es por decir algo, por animarme y animarla.

Tiene en el sótano brasero, badila y alambrera, útiles de otros tiempos que guardó por si acaso. Si la situación se agrava, mientras esperamos a que el gigante se doblegue, no descarta buscar un soplillo de esparto, y volver al picón y a la carbonilla para calentarse.